Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga
Nunca había tenido la oportunidad de impartir clases en una escuela normal, para mí era una de esas hermosas costas perdida en uno de los paraísos inalcanzables de algún lugar del mundo.
Hoy escribo a la sombra de un árbol de una de las escuelas normales más representativas de mi estado.
Alguna vez veía en una película, cómo un conjunto de personas habían programado con diversas acciones, experiencias e imágenes a otra para que tomara una decisión y al final eligiera el número que ellos habían decidido. En esta vida mágica -por indescriptible- solo puedo decir que quizá me pasó lo mismo... En una de mis experiencias previas, por el estado de Durango, fui recibido en una, la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de Durango. Mi doctorado lo comencé en una Escuela Normal y por si fuera poco, cuando íbamos en ese recorrido hacia Canatlán de las manzanas, en la plática surgieron las diversas normales con las que contaban: algunas rurales y otras federales.
Rodeado pues de normales, llegué a una, en un ejercicio que me eligió y que elegí.
Llegué al lugar de esa novedosa -para mi- licenciatura en inclusión educativa ¿Qué era esto? Después el saber que también conviviría con la licenciatura en preescolar ¿Es en serio? ¿Ser maestro de quienes están frente a los niños más pequeños? Y por último, un animoso universo me esperaba, lleno de coloridas nebulosas y galaxias: la Licenciatura en Educación Primaria.
Los matices fueron muchos y variados. Nunca podremos saber con certeza cuál es nuestra imagen, al menos que hagamos coincidir nuestra conciencia, un análisis profundo, la verdad más honesta y nuestro reflejo en los ojos de los demás.
Etapa de múltiples aprendizajes: grupos casi todos con mayoría de mujeres, calendarios escolares con la particularidad de las prácticas que realizan, carácteres y grupos diversos -no hay uno similar al otro-, habilidades desarrolladas en cada semestre para la emisión de opiniones así como el diálogo. Grupos que se sienten cómodos con clases donde se aborden dinámicas, ambientes de aprendizaje, teorías, charlas y experiencias.
Si algunas pocas palabras pudieran definir lo que encontré en mi inicio en las normales sería: diversidad, alegría, crisis, revolución, novedad, afabilidad y vocación. Es un espacio donde se les enseña a los estudiantes a cantar y bailar, como parte de la currícula; donde algún maestro hace énfasis en la modulación de la voz; donde fue extraordinario ver a los jóvenes cargando sus materiales didácticos hechos con vistosos materiales; donde puede vérseles personificados para un cuenta cuentos o bien, para una semana icónica como puede ser la del niño.
Tuve que aprender rápido, también establecí otras teorías respecto a las relaciones que se guardan en el claustro. Una mezcla de ambas, así como el acomodo a las múltiples actividades iniciales y la curva de aprendizaje, combinadas con la hiperactividad que me gusta vivir así como la organización-administración de los tiempos, me llevó a tener un semestre de mucho diálogo con los estudiantes y una metodología en vías de definición. Mea culpa, soy uno de esos docentes que se motivan con la participación de los estudiantes, si el estudiante responde, impulsa mi creatividad, si no lo hace o se cierran a las innovaciones del maestro, no es fácil implementarlas. En mi inicio viví ambas.
Recibí el cariño de los recién llegados -el cual también les profeso, junto con mi reconocimiento- , debatí mi forma de ver la educación con los terceros, firmé la paz con los séptimos y continúa una próspera relación con las futuras egresadas de quien soy asesor metodológico.
El siguiente ciclo fue un mundo completamente diferente, con los sextos de primaria conocí otra parte de la normal, y fue muy provechoso. Se puede hablar, dialogar, implementar. Con ellos cada sesión es una inspiración, gozan de un excelente sentido del humor y hay todo tipo de inteligencias: las cognitivas, las verbales, las afectivas, las musicales. Es un aula con múltiples características pero se permea un excelente vibra que nos lleva poco a poco a nuevos aprendizajes. Herederos de los primeros, con ellos sigo la consolidación y la innovación, mientras comparto, aprendo y es mucho aún lo que se puede dar.
En múltiples ocasiones he felicitado sus participaciones, porque verdaderamente crean con sus mentes realidades amplias, desconocidas y apasionantes. Tuve la oportunidad de ver a algunos de ellos en acción, fue una grata experiencia verlos hacer lo suyo frente a los niños. Desde ese día, no lo saben, pero se ganaron mi respeto, los vi más grandes, más adultos, aunque paradógicamente, también los he visto más pequeños de edad aunque más cercanos a últimas fechas. Es una cosa extraña pero interesante.
Así continúa el camino de un semestre que he disfrutado mucho. El proyecto de las normales es uno del que uno puede enamorarse con facilidad, algún día les haré la narrativa del primer festival que viví de preescolar en la escuela, fue una cosa maravillosa llena de alegría, colores, música, baile y amor, mucho amor, que es el valor que las formadoras tienen para derrochar con los niños a quienes la sociedad pone en sus manos.
En un solo semestre hemos plantado árboles y plantas, hecho múltiples dinámicas, utilizado la tecnología, por supuesto la investigación y la inteligencia artificial, observado prácticas profesionales, llevado un curso de tutorías, diseñado materias, dialogado, reído, nos hemos disfrazado, recibido invitados por videollamada... y falta, aún falta mucho más.
No sé, como en otras ocasiones, qué depare el futuro, pero algo muy bueno vendrá y siempre tendré en el corazón, este conocimiento de las escuelas normales. Escribo esto para recordar momentos gratos en la vida.