Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga.
Porque te ayuda a ir en busca de la plenitud, en medio de tus medios. A la par, porque te muestra la forma proactiva en la que se debe recorrer el mundo. Enarbola el principio del trabajo y el esfuerzo diario, así como la inventiva del hombre. Da cuenta de un homo habilis, un homo sapiens y un homo credente, movido por nuestros deseos de vivir, aún en los peores momentos.
El Robinsón Crusoe de Defoe, era un árbol al que estaba consciente debía ascender desde hace mucho tiempo, no podía dejar pasar el libro que Simón Rodríguez, maestro por antonomasia de Sudamérica, puso en manos de Simón Bolívar, tampoco dejar de descifrar el misterio de ese extraño recorrido propuesto por Vasconcelos “de Robinsón a Odiseo” del que hablaré un poco más adelante.
Leer a Crusoe fue una experiencia sumamente significativa, en cada lectura busco esa propiedad de la literatura “texto y contexto”, “es el hombre y su circunstancia” nos diría el Maestro Ortega y Gasset en el paralalelismo, pero en esta ocasión no fue sino a punto de terminar la obra cuando investigué algunos aspectos, además de que la edición leída no cuenta con una extensa introducción, tampoco con un largo prólogo, lo que hizo que el provecho de esta obra fuese marcado por algunas diferencias.
La primera, la forma de vivir la obra, que fue eso emoción sentida. Desde el principio la obra te envuelve en las decisiones del personaje, así cuando un joven sigue el latido de sus días, y va en busca del destino que siente él llama a su puerta a través de los océanos, aparecen reminiscencias de una etapa vital donde la búsqueda es una, la libertad. Robinsón, en contra del consejo de su padre, se embarca para conocer el mundo, no sin cargar con la profecía paternal por muchos años, de las calamidades que recibe quien deja el nido. Esta es una primera advertencia, pero también un primer elemento pedagógico del libro, separarse como en el caso del cordón umbilical cuando nacemos, es un momento doloroso pero necesario, y aún más, parte de un proceso por el que se llega a la madurez.
Así la obra te lleva a eso que los escritores insulares, como lo es Defoe, enclavados en cierta época inglesa, consideran uno de los principales temores de ese tiempo: el naufragar y perder con ello la vida. Éste es uno los fantasmas presentes en la mayor parte de la obra. Y el concepto es desde el inicio amplio y profundo quizá relacionado con algo completamente mundano, el temor a equivocarnos y peor aún el hacerlo de forma tal que nunca puedas encontrar el camino a casa, esto es una añoranza del pasado que a su vez se convierte en motor y ancla, en viento a favor y corriente en contra.
Pues bien, venciendo dicho temor, aparece esta que es en dualidad necedad y gallardía, por embarcarse, para naturalmente naufragar, enfrentar retos y superarlos. Así Crusoe pasa sus primeras tormentas, las cuales “no son tan terribles para los marinos experimentados”, con férrea inconsciencia vuelve al mar para naufragar ahora sí y terminar cayendo prisionero, hecho esclavo, hasta que logra escapar aliándose con otros que comparten su situación, y más tarde al llegar a tierra firme en las costas del Brasil, es tentado nuevamente por la vida, pues encuentra en ese sitio la estabilidad y tranquilidad de la cual otros hombres disfrutan.
En ese contacto, empieza la reminiscencia, también el conocimiento de aquél mundo del que nos habla Defoe, una realidad donde surcan los mares los barcos portugueses, los españoles y los británicos, el mundo está repartido entre “bárbaros caníbales, no civilizados, sin religión”, católicos y protestantes en la mirada del autor. En magnífico recorrido nos habla de los puertos de Inglaterra, las islas canarias encontradas cercanas a la península ibérica y el África, las islas del caribe y las costas de Sudamérica. Esa ruta de flujo metálico, de brillo plateado y destellos como el sol que recorrieron las dos naciones más poderosas del mundo para llevar sus tesoros a Europa, son el escenario de la presente obra.
Con Crusoe uno obtiene con la imaginación la inmersión al mundo de los marineros, sientes soplar el viento, conoces un poco los barcos que se abordan, temes a las inclemencias del tiempo y a las tormentas que se avecinan, te aferras a los objetivos y poco a poco empieza a desaparecer el tiempo, en esos largos viajes por el mar, en las largas estadías en cada espacio al que te lleva la obra.
Así, por desgracia –y más tarde por bendición de la providencia- Crusoe naufraga en un viaje donde abandona un espacio seguro con el que contaba en Brasil, incluida su propia plantación, por la ilusión de acrecentar fortuna trayendo consigo esclavos. Termina en una isla solitaria que no sin amarguras finales convierte en un reino, a base de resignación, trabajo duro, disciplina y constancia, por supuesto, los logros no se dejan esperar, pero el tiempo pasa.
Quizá usted ha escuchado esa romántica composición en torno a la variedad de cosas que se pueden hacer con una piedra, desde una hermosa obra de arte, hasta ser lanzada como proyectil o construir un castillo pues bien, en esta obra, de manera pronta, Crusoe empieza a construir su nuevo mundo con los restos del navío. Obtiene todo lo que a su parecer es útil, de ese fatídico viaje, todo lo que le pueda ayudar a sobrevivir a los peligros del presente, y estar atento a las posibilidades del futuro.
Tablas, barriles, velas, ropa, y el inseparable amigo del hombre, un perro se convierten en esos primeros elementos que le dan esperanza. Nada es absolutamente sencillo ni tampoco complicado para él, y nuevamente el autor se muestra pedagógico: cada cosa que rescata Crussoe de la embarcación naufragada, está en una zona donde le cuesta energía y voluntad alcanzarla, pues debe nadar desde la playa hasta el lugar donde se encuentra el barco siniestrado. Un elemento más donde pareciera que las ideas de Rousseau asoman: el hombre está solo, pues nadie más ha sobrevivido al infortunio, pero desde el inicio se muestra una gran respuesta para atraer a la isla cuanta cosa necesaria, para ingeniar la construcción de una pequeña barca flotante que le permita hacerlo.
Las oportunidades tienen una temporalidad, lo deja claro la obra, pues tras unos días, los restos de aquel naufragio se eliminan al venir una nueva tormenta, pero Crussoe está satisfecho pues “trabajó todos los días”, no queda en él arrepentimiento pues se ha esforzado lo suficiente mientras ha podido.
En la isla hay historias emocionantes de descubrimiento de un grato paraje, sin peligro de animales salvajes, de una evolución en la manera de sobrevivir con cabras, aves y tortugas. El alma se llena de gusto al saber que de pronto Crussoe domestica animales, más adelante plantas y finalmente, pareciera que la obra habla, en ese espíritu conquistador de la época, de seres humanos.
El lector disfruta con cada logro de Crussoe, cuando construye su fortaleza, hace su casa de campo, su primera embarcación con sus propias manos, sus cultivos, las pasas y el pan. La evolución de Robinsón es también la del ser humano, que basado en los conocimientos que ha compartido con la sociedad, empieza a abrirse paso en aquella isla inhóspita pero paradisiaca. “Labor vincit omnia” parece decirnos la obra. Hay momentos de enfermedad, de cercanía a la muerte, que permite prosperar las creencias de Robinsón, con una biblia que logra recuperar del barco en un inicio, a partir de ahí ese hombre no está solo, ahora tiene a Dios y como él lo llama a la providencia, a partir de ahí ve con gratitud lo que le rodea, y veo un milagro en cada nuevo avance que le permite la isla, forja en él también un ser humano con consciencia, entre otros, el del respeto a la vida del otro, cuando tiene la oportunidad de encontrarse con otros de su especie.
Como con aquellos primeros japoneses que estuvieron rodeados de cruentas batallas que los hacían pensar en la muerte, en momento que aprovecharon los jesuitas, en la obra nos habla que son justo estos momentos, críticos, lo que le dan fortaleza al hombre a través de la espiritualidad.
Es pues esta una grata obra que habla de descubrir el mundo, de aprovechar las situaciones que se presenten en la vida, de no temer a las tempestades sino afrontarlas con trabajo. Nos habla en ese resumen de la cultura anglosajona de enfrentar sus realidades que permeara en Simón Rodríguez y después en Simón Bolívar, pero ambos con una amalgama importante, la de una nueva cultura forjada por los españoles, de quien se recibe pero al mismo tiempo, se les combate.
En el contexto encontramos elementos que convierten a ésta en un joya, pues quienes conocen el tema, ubican antecedentes de esta obra en el Calibán de Shakespeare, y en una de las fuentes de este último, Montaigne. De la misma forma, ven cómo la obra de Rousseau y su Emilio, se componen de dos influencias, el Robinsón de Defoe y la República de Platón, para finalmente contar con sucesores como Rodó en Sudamérica y Vasconcelos en México.
Nuestro “Ulises criollo” niega esta paternidad y con inteligencia contra argumenta, para él la educación no es como la de Robinsón, porque eso es insular, Vasconcelos, peninsular, y nos lleva a España y antes de ello a Italia, rescata la cultura latina y propone una genialidad el resurgimiento más profundo de nuestros raíces, a lo que titula “De Robinsón a Odiseo”, esa es una mirada fuerte, una visión llena de conocimiento, que lejos de contar con la verdad, pone de manifiesto que la nueva cultura criolla tiene una apuesta en esta vida, tiene un argumento válido y eso, es de los más apasionante en este mundo.
De esa grata obra de Crussoe, hablaremos luego, pero por el momento quedémonos con esa posibilidad del ser humano de salir adelante a pesar de las tormentas y las lamentaciones, de con trabajo y disciplina lograr convertir una isla desierta, en un paraíso.
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