Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga
Un día sentí la impotencia de ver a la gente sufrir dolores y enfermedades, con entusiasmo desee saber curarlos, ayudarlos, poder ser médico o enfermero ¡Era admirable cómo ellos tenían ese don de cambiar lágrimas por sonrisas reconfortantes cuando las personas podían abandonar la camilla del hospital para regresar a la paz de sus hogares!
Otro día vi la desesperanza en la que se puede caer cuando no se tiene una mirada alentadora de la vida, cuando no hay razones en las mentes para creer, cuando el corazón está vacío de los más hermosos ideales. Desee poder dar plenitud a otros con la iluminación que no viene de lo terrenal, sino de lo trascendente. Ese día quise ser religioso.
Pero en una ocasión vi la mirada soñadora de jóvenes egresados del nivel medio superior que -espero momentáneamente- ocupaban funciones operativas en la sociedad, dignas todas ellas, pero con las que no estaban conformes ni por su nivel de estudios ni por lo que habían proyectado para el futuro, parecían encontrarse en un laberinto sin salida visible. Una cosa era cierta: ninguno de ellos había continuado al siguiente nivel escolar, la licenciatura.
A su manera, dos de ellos cobraban un servicio, el tercero tenía una función arriesgada y no quería estar continuamente en ello.
Todos me saludaron, a pesar de que inicialmente no los reconocí plenamente (coincidimos un año escolar donde los veía ocasionalmente, ellos eran 850). Sus miradas eran de nobleza, la misma me comprometía. Mi reflexión comenzaba a hervir en el interior.
Fue en ese momento cuando me pregunté si algo había faltado ¿Bastaba con recordar a los egresados que "viento en popa" contaban con un plan de vida acorde a sus sueños? ¿Aquellos a los que sus familias apoyaban de diversas maneras, la más poderosa probablemente con el ejemplo? ¿Por qué me sabían a simulación algunos de los procesos del sistema educativo? ¿Era ético que las autoridades nos siguiéramos dando explicaciones del por qué algunas cosas no suceden usando el término "multifactorial"? ¿O con una verdadera vocación, conocimiento, habilidad y esfuerzo podíamos hacer mejor las cosas en favor y con esos jóvenes? Como nunca me ha gustado la autocompasión, ni la victimización y creo en la capacidad infinita que da Dios al ser humano, opté por creer que aún se puede hacer mucho más.
En ese momento, se renovaron dentro de mi, unas ganas contundentes como erupción volcánica de dar la batalla contra el triple sello que cierra tantas puertas: el de la ignorancia, la apatía y la indiferencia. Colaborar para que la Educación sea una pasión, una ciencia y el más noble acto de amor hacia la sociedad.
Ese día consolidé mis ganas de ser formador, de colaborar con la educación y por supuesto, de hacer equipo para que cada vez más personas vibremos en esta frecuencia.
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