Un sueño hecho realidad sin lugar a dudas, y era éste uno en pareja.
Si salir con éxito del país a otro se convirtió en un reto, el ir a Roma fue tan inesperado y maravilloso, como entonces cierto.
El viaje pasaría por la gran Francia, su torre Eifel y su museo de Louvre seguramente, pero en el cálculo, cuando la planeación daba lo mismo para tomar un tren que para bordear desde Barcelona hasta París, surgió ese gran anhelo, aunque parecía lejano, no lo estaba tanto ¿Y si cruzamos todo ese mar? ¿Y si osamos ir a Italia! Y así fue ¡Se planeó ir "di viagio per L'Italia"!
¿En serio habría la posibilidad de visitar el Vaticano? ¿La gran capital del catolicismo a donde todo creyente aspira ir algún día? ¿Toda la belleza del renacimiento y el humanismo podría ser contemplada de forma directa por los ojos? ¿Sería posible ese viaje que tantos encumbrados del arte, la cultura y las letras han hecho?
Tras pequeñas diferencias en los trámites para hacer un check in en línea, la preocupación por la dimensión de los "equipajes de mano" que más bien debían ser "de espalda" y los tiempos cortos para avisar la puerta de salida en el aeropuerto, cuando se estuvo dentro del avión, aquello fue una realidad. Una siesta después, de esas que fueron muy comunes durante el viaje, se estaba aterrizando en Fuimicino o DaVinci, en la capital de Italia.
Lo primero que se conoció de esta gran nación fue a un par de esposos, posiblemente jubilados, que amablemente fueron a recogernos al aeropuerto. "Salve" Fue el saludo de llegada. "Ciao. Come stai?" La respuesta. San Cesareo, una población cercana a Roma, nos recibía, de madrugada, con dulces pastelillos, latte, zumo y los brazos abiertos.
Tras la llegada, fueron memorables los viajes en metro, en tardes lluviosas de Monte Compatri Pantano a San Giovanni. El sonoro acento italiano nos acompañó en cada estación a la cual arribamos pausadamente, mientras disfrutábamos.
En la zona centro de Roma, las maravillas no pararon, entre los fastuosos monumentos, las iglesias llenas de historia, los jardines, las plazas, las obras artísticas, los edificios oficiales y las magnánimas fuentes. Pero además de lo hermoso de una ciudad moderna, las imponentes ruinas que anuncian que alguna vez desde esa ciudad se gobernó el mundo.
Inscripciones latinas, columnas por doquier que asemejan el estilo clásico, pero al mismo tiempo portentosas cúpulas, detalladas pinturas al estilo Miguel Ángel y esculturas que representan las sólidas fortalezas en el cuerpo del ser humano.
Roma, junto con algunos otros países de la unión europea, cuenta con un excelente servicio de transporte. Metros, trenes, autobuses, aviones y hasta scooters en buena coordinación. Con particularidades ocasionales como la necesidad de la compra anticipada de algunos tickets, como me ocurrió en Ananigna con el sistema Cotral, camiones azules para mayor referencia donde ante la imposibilidad de adquirirlos en la máquina expendedora, tuve que preguntar en varias ocasiones "Cosa posso fare?" Conocí muy bien la terminal de Ananigna preguntando, sabiendo los pequeños tips para comprar boletos fuera de la terminal y al final, resolviendo, en desenlace generoso que he de contar en otro escrito.
El viaje pasaría por la gran Francia, su torre Eifel y su museo de Louvre seguramente, pero en el cálculo, cuando la planeación daba lo mismo para tomar un tren que para bordear desde Barcelona hasta París, surgió ese gran anhelo, aunque parecía lejano, no lo estaba tanto ¿Y si cruzamos todo ese mar? ¿Y si osamos ir a Italia! Y así fue ¡Se planeó ir "di viagio per L'Italia"!
¿En serio habría la posibilidad de visitar el Vaticano? ¿La gran capital del catolicismo a donde todo creyente aspira ir algún día? ¿Toda la belleza del renacimiento y el humanismo podría ser contemplada de forma directa por los ojos? ¿Sería posible ese viaje que tantos encumbrados del arte, la cultura y las letras han hecho?
Tras pequeñas diferencias en los trámites para hacer un check in en línea, la preocupación por la dimensión de los "equipajes de mano" que más bien debían ser "de espalda" y los tiempos cortos para avisar la puerta de salida en el aeropuerto, cuando se estuvo dentro del avión, aquello fue una realidad. Una siesta después, de esas que fueron muy comunes durante el viaje, se estaba aterrizando en Fuimicino o DaVinci, en la capital de Italia.
Lo primero que se conoció de esta gran nación fue a un par de esposos, posiblemente jubilados, que amablemente fueron a recogernos al aeropuerto. "Salve" Fue el saludo de llegada. "Ciao. Come stai?" La respuesta. San Cesareo, una población cercana a Roma, nos recibía, de madrugada, con dulces pastelillos, latte, zumo y los brazos abiertos.
Tras la llegada, fueron memorables los viajes en metro, en tardes lluviosas de Monte Compatri Pantano a San Giovanni. El sonoro acento italiano nos acompañó en cada estación a la cual arribamos pausadamente, mientras disfrutábamos.
En la zona centro de Roma, las maravillas no pararon, entre los fastuosos monumentos, las iglesias llenas de historia, los jardines, las plazas, las obras artísticas, los edificios oficiales y las magnánimas fuentes. Pero además de lo hermoso de una ciudad moderna, las imponentes ruinas que anuncian que alguna vez desde esa ciudad se gobernó el mundo.
Inscripciones latinas, columnas por doquier que asemejan el estilo clásico, pero al mismo tiempo portentosas cúpulas, detalladas pinturas al estilo Miguel Ángel y esculturas que representan las sólidas fortalezas en el cuerpo del ser humano.
Roma, junto con algunos otros países de la unión europea, cuenta con un excelente servicio de transporte. Metros, trenes, autobuses, aviones y hasta scooters en buena coordinación. Con particularidades ocasionales como la necesidad de la compra anticipada de algunos tickets, como me ocurrió en Ananigna con el sistema Cotral, camiones azules para mayor referencia donde ante la imposibilidad de adquirirlos en la máquina expendedora, tuve que preguntar en varias ocasiones "Cosa posso fare?" Conocí muy bien la terminal de Ananigna preguntando, sabiendo los pequeños tips para comprar boletos fuera de la terminal y al final, resolviendo, en desenlace generoso que he de contar en otro escrito.
Cerraremos esta parte, imaginando pues nuestro caminar por las espaciosas plazas italianas, por sus jardines, viendo al sol tocar las tejas de las casas, sintonizando en la televisión local un anuncio con el tema musical de fondo "felicitá" que aún retumba en nuestros corazones.
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