Cada 15 minutos sonaba el reloj en el complejo románico de Terrrasa. Tres iglesias lo conformaban: San Pedro, San Miguel y Santa María. Lo escuchaba atento desde el pasto, en una lateral donde la antigua cruz de uno de los templos podía verse en lo alto de antigua torre.
Como en una paradoja, con el sonido del reloj el tiempo se hacía presente, aunque los muros de aquellas construcciones del siglo V, hablaran de periodos visigodos, románicos e ibéricos que parecían, que estaban, aún entre nosotros.
Piedras que hablan, las hay, pero dependiendo de nuestro conocimiento nos pueden decir mucho o poco. Por eso deben hacerlo los seres humanos que saben y los que no, debemos leerlos para saber frente a lo que estamos.
Aun así, si estas antiguas construcciones tuvieran la calma y la paciencia, nos contarían sus inicios donde seguramente muy poco era como ahora, y tendrían razón porque estaríamos hablando no solo de esa referencia de nuestros abuelos "cuando estaba nuevo", que tanto nos apasiona escuchar e imaginar, sino que nos encontraríamos frente a algo aún más imponente, otra era, otros imperios y hegemonías, sencillamente una manera distinta de ver el mundo.
Pero no solo nos hablarían de los inicios ¿Cuántas cosas no habrá visto esta antigua construcción ahora rodeada por múltiples árboles? ¿Quiénes habrán sido sus ocupantes, su vida y sus historias? Los relatos de las mismas nos hablan de épocas donde su existencia fue resaltada, después de los distintos intereses y los caprichos del tiempo por los que pasaron, que les hacían perder sus anteriores excelsitudes, más adelante las recuperaban. Hasta llegar a la actualidad, al convertirse en un recordatorio permanente de que Terrasa, tiene una larga historia documentada por sus iglesias románicas.
Con la caída lenta y paulatina de hojas, de inmensos árboles que generaban una fresca sombra, los pájaros que completaban el paisaje, entre ellos, las nada típicas cotorras verdes o los elegantes pájaros negros con blanco. Libres hacían juego con ese cantar de las hojas movidas por el viento.
Si hacía calor por aquellos días del corpus, acá no había más. La sensación de humedad en el ambiente, era mitigada en parte por la frescura de un riachuelo que por una lateral en claroscuros permitidos por los árboles, avanzaba.
No había mayor paz que la de el viento, las hojas, los pájaros, escasos eran los mayores sentados en una banca y los jóvenes paseando, corriendo, los padres con sus hijos o siendo felices con los perros.
Descansa, pasea, corre, mira, camina... la invitación de este encantador lugar, que combinaba historia y naturaleza.
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