miércoles, 22 de diciembre de 2021

Una manera de pensar frente a otra: la libertad de cátedra

 


Sin lugar a dudas no puede amarse lo que no se conoce. En el primer centenario de la Escuela Nacional Preparatoria, su entonces Director auguraba la tendencia al utilitarismo que reemplazaba poco a poco el amor verdadero por el conocimiento y la educación.

Nuestros actuales modelos educativos y la calidad misma con la que contamos es la suma de los aportes de cada uno de los sistemas, las características propias de cada uno, el compromiso ético-profesional con el que se cuenta y, muy importante, el dinamismo y realidades que las ideas van creando.

El enfoque, las prioridades y la visión de cada momento histórico abren el camino para la fisonomía de la educación. Alguna vez mencionó Goethe que el ser humano era un ser oscuro en su mayoría, poco se conocía, poco hacía para profundizar en sus creencias y pensamientos. Múltiples tramas en el séptimo arte nos muestran la gloria de los hombres que van más allá del determinismo, que buscan alcanzar sus valores, a quienes les impulsa también el civismo, la religión y la poesía.

Los educadores deberíamos ser altamente conscientes de cuáles son aquellos grandes capítulos que han permitido las garantías con las que ahora cuenta el proceso educativo, aquilatarlas en su propia dimensión, no como un argumento político, laboral o personal, sino como ese patrimonio comunitario y cultural que posee la comunidad educativa.

Se use o no, se aprecie o no, se tenga conciencia o no, cada estrategia pedagógica, cada corriente didáctica, cada derecho educativo tuvo importantes precedentes, abigarrados debates, exacerbadas creencias, pasión e inteligencia humanas como respaldo de cada una de ellas.

En algún momento, en los años 30, en nuestro país no se discutía el que la educación estuviera vigilante de los destinos de los más necesitados, sino cuál sería el medio para lograrlo; existían izquierdas que impulsaban que la economía debería convertirse en el foco de atención de los programas de estudios; el “conservadurismo” defendía que había que dejar libertad para lograrlo por cualquier medio racional.

Quizá no existió una polémica tan memorable como cuando el gran maestro Antonio Caso defendió la libertad de cátedra, enfrentando con la dialéctica a las llamadas izquierdas intelectuales que pretendían que la UNAM −y el resto de las universidades del país− adoptaran la filosofía marxista como orientación de cátedra e investigaciones científicas y culturales.

En aquel momento, que quedó profusamente impregnado en la vida del maestro Caso, le tocó pelear desde la trinchera de las minorías; aun así, despertando la conciencia, acudió a la redada establecida por los delegados del primer congreso universitario.

Como en toda contienda épica, al final se encontraron en el centro los abanderados ideológicos. Por parte del materialismo histórico, dignamente representado por don Vicente Lombardo Toledano, entonces director de la Escuela Nacional Preparatoria; y por otra, el maestro Antonio Caso, el primer universitario mexicano por antonomasia, defendiendo a plenitud el aire fresco de la conciencia: la libertad de cátedra.

Al final, aunque no nos privaremos de algunos notables y elegantes momentos de la controversia, dos intervenciones le bastaron al Maestro Caso para fijar su postura, varias más a don Vicente; como primer punto Caso tuvo que recordarle a improvisados y diletantes que hace falta trayectoria: la voz sonora del Maestro ya resonaba en los muros de San Ildefonso antes de que varios de los intempestivos opositores nacieran, no sólo eso, la cera de las velas y la tinta de los libros era parte de las madrugadas de Antonio Caso desde hace 20 años.

Sí, en la academia también hacen falta trayectorias.

En aquel momento Caso citó a Platón, Aristóteles, Pascal, Bergson, José Ortega y Gasset; Lombardo Toledano se basó en la historia de México.

Las coincidencias las encontraron en reconocer que la esencia de toda comunidad es la subordinación de los intereses individuales a los intereses del grupo, en que la cultura es creación de valores y en que se debe tener una orientación general en las instituciones educativas. Finalmente, lo diría de forma clara Jesús Reyes Heroles años después: “La educación es el desarrollo formativo que nos permite asumir como propios los valores que la nación ha escogido para sí” (Reyes, 1999).

Las desavenencias de forma lógica las encontramos en el fondo y en particular en que Antonio Caso creía que en las aulas no debía impulsarse determinada doctrina filosófica, económica o social. Por su parte, Lombardo Toledano defendía que debía imponerse a profesores y alumnos una corriente definida, basada en el interés de los que más necesitados, la evaluación de las instituciones y la economía.

Al final de la argumentación, una mayoría que estaba previamente constituida, aprobó el proyecto del materialismo; Caso se retiró y amagó con dejar su cátedra, pues para él “se debe defender el derecho a explicar todas las doctrinas y no aceptar que se le fije la orientación marxista o cualquier otra que sea sectaria”.

Por aquellos días, los defensores de la libertad de cátedra fueron llamados “conservadores”; demos ahora paso a algunos de los más acendrados comentarios de aquel primer capítulo histórico. La opinión de Antonio Caso al postulado inicial del materialismo se acrisola en las siguientes vertientes:

Primero. En educación jamás se debe preconizar oficialmente algún credo filosófico, social, artístico o científico; de la misma manera, cada catedrático puede exponer libre o inviolablemente sin más limitaciones que las de la ley, su opinión personal filosófica, científica, artística, social y religiosa siempre que cuente con la competencia e idoneidad necesarias. Éste último punto revisado por un riguroso comité universitario que evaluaba la trayectoria, formación y capacidades de los docentes.

En otro aspecto, afirmaba que la educación debe realizar su obra humana ayudando a la clase proletaria del país, en su obra de exaltación dentro de los postulados de la justicia, pero sin preconizar una teoría económica circunscrita, porque las teorías son transitorias por su esencia y el bien de los hombres es un valor eterno.

Así impulsaba la libertad para que los alumnos se inscribieron a las cátedras bajo la dirección del profesor que prefirieran.

El razonamiento se basaba en que, si nuestra labor en las aulas es crear y compartir conocimientos, habilidades y actitudes, cómo podríamos casarnos con una teoría que después pudiera ser desmentida, sería el estar declarando a priori un credo; eso puede llamarse lealtad, filiación política, dogma, credo, fe, creencia, todos ellos muy válidos en sus campos, pero no en una educación que busca la libertad.

Dejó en claro también la conformidad con que la educación se debe enfocar a las personas, en alguna ocasión al respecto hemos expresado: “Hombres de educación en el corazón de su comunidad educativa, y hombres de la comunidad educativa en el corazón de la educación”. Pero la oposición se presentaba frente a la consagración de lo educativo a un sistema social definido; lo asentaba muy a su estilo de la siguiente manera: “La educación nunca debe cerrar sus oídos, corazón e inteligencia al bien de todos porque de lo contrario se vuelve una momia”. Así, sus aportes que él mencionaba como “una pequeña luz, la de su pobre mente”.

En aquella ocasión, Caso veía cómo un hartazgo mal enfocado se puede convertir en un retroceso, ese mismo camino equivocado que José Vasconcelos observaba desde Piedras Negras, testificando cómo la Unión Americana crecía en edificios, mientras en México continuábamos peleándonos internamente. Pero los argumentos no valen cuando no hay convencimiento o no se cuenta con los medios para lograrlo. Decía Spinoza: “El límite de la fuerza de cada uno alcanza hasta dónde llega el poder”.

En aquel momento, Caso observó hacia el Primer Mundo y ejemplificó los espacios educativos alemanes, donde en una misma institución podías escuchar argumentos incluso encontrados entre los profesores, a los que tenía acceso toda la comunidad educativa; sin lugar a dudas, en tales instituciones lo que salía ganando era el espíritu crítico y reflexivo de los estudiantes.

Eran pues, contiendas aquellas, de caballeros, de catedráticos, quienes con estas elegantes palabras se referían al público que les escuchaba: “Repito mi agradecimiento profundo, pero a la vez que agradecimiento sostengo mis ideas, porque una manera de agradecer está en sostener lo que pienso frente a los que vosotros pensáis, una manera de pensar frente a otra manera de pensar” y en aquel momento Antonio Caso cerró con el clásico ¡He dicho!

Dentro de la controversia, el punto más interesante de Lombardo Toledano fue la crítica que hizo a la educación comenzada por Gabino Barreda, que para entonces mostraba ya algunas insuficiencias, sobre todo en la mirada de la comunidad educativa hacia la sociedad, pues desde su punto de vista, aquel modelo educativo veladamente hablaba de la posibilidad del triunfo del fuerte, pues aunque reconocía el altruismo y ego-altruismo, sólo impulsaba medios débiles frente a la supervivencia del apto como actitud moral oficialmente preconizada. Otro punto brillante fue el que sostenía que toda etapa educativa había tenido detrás una ideología para el pensamiento.

Hasta aquí dejaremos este primer capítulo de aquellos tiempos en que, con inteligencia y vastos argumentos, la comunidad educativa mexicana labraba con energía la libertad de los espíritus venideros.

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

No uses con rigor la autoridad

 


Josefina García Quintana

Oh, mi venerable señor, persona preciosa, en verdad llegas hoy al señorío, Dios se ha dignado colocarte en él. Tus antecesores han muerto ya, permanecen en aquel lugar donde fueron a yacer. El señor X y el señor Y dejaron el pueblo cuando partieron.

¿Acaso visitan la ciudad? Esta ya quedó abandonada, ya no es un lugar de provecho. ¿Acaso andan ellos aún en las afuera de la ciudad? Aquí está la gente del pueblo, pero ya no tiene quién la guíe, ya no existen personas que entiendan, que piensen, por esa razón, por eso el pueblo ya no habla, está mudo, está sin cabeza.

El último señor, tu antecesor, tuvo una corta vida, la ciudad lo disfrutó por poco tiempo. Dios lo llamó y ahora ya nada se sabe de él. Fue a reunirse con sus antepasados. Ya lo absorbió Mictlantecutli.

¿Volverá, acaso, de aquel lugar? Ya no, ya acabó del todo. La ciudad no volverá a verlo, nada se sabe de él, yo no alumbrará más. Sin él, el pueblo está en peligro de perecer. Pues al morir lo dejó en suspenso.

Hizo tranquilamente su gobierno tal como lo había dispuesto Ipalnemoani. Realizó todo su esfuerzo por el pueblo, se enfermó ante Nuestro Señor, no rehuyó al trabajo.

Mas ahora, señor, Tloque Nahuaque hace que de nuevo haya luz, pues te ha escogido. Tú correspondes satisfactoriamente a la idea que él se había hecho respecto del sucesor del señorío. Esto fue determinado ya en el mundo divino y Nuestro Señor te coloca en la dignidad, en el lugar donde él recibe y da honra. Tú vienes a continuar el linaje que fundaron tus antecesores.

Vienes a regir al pueblo, a sustituirlos en el gobierno del pueblo que ellos te heredaron. Ellos se fueron hace algún tiempo, pero tú eres de su mismo linaje. Por eso ahora te echas al pueblo a tus espaldas; Dios coloca bajo tu protección a los macehuales que son gente voluntariosa. Tú deberás protegerlos, consentirlos y castigarlos como niños que son.

Ya llegó a este mundo el designio de los dioses. Tloque Nahuaque te ha creado y te ha señalado para el gobierno. ¿Vas a esconderte acaso? ¿Pondrás resistencia? ¿Es esa tu manera de estimar a Dios, a los señores, al pueblo? Ellos te eligieron, es cierto, pero obraron en nombre de Nuestro Señor. El pueblo te ha hecho ya su guía.

    Así que prepárate a realizar el gran esfuerzo. Que se cumplan los designios de Nuestro Señor.

Quizá puedas fortificar a tu pueblo, pero quizás no dures mucho, porque Dios sabe lo que es el castigo; puede juzgarte y querer sobre ti cualquier cosa. Él es arbitrario, se burla de nosotros.

Tal vez decida estragarte o convertirte en macehual o enviar sobre ti la miseria. Quizá le plegue que caigas en pecado o que haya pecado a tu alrededor o que te calumnien.

Puede ser que en tu tiempo sea conquistada la ciudad; tal vez vengan tus enemigos a provocar guerra. Por esa causa serás despreciado, odiado. Y si llegara la hambruna, ¿cómo en forma tan inútil reventará el pueblo? Quizá Dios te envíe la enfermedad, la epidemia, ¿cómo tan vanamente se destruirá la ciudad?

Quizá no dures mucho en este sitio, quizá Nuestro Señor te mate pronto. Podría suceder también que los guerreros tengan que morir para dar de comer y de beber al Sol. Son, pues, muchas la maneras y las ocasiones que Dios tiene para castigar y para matar.

Con esto te digo que actúes con todo tu esfuerzo y que no estés contento, antes bien te ruego que te aflijas. Sobre todo, ponte al amparo de Nuestro Señor Tloque Nahuaque, a quien tienes que suplicar pues no es hombre del que puedas disponer.

Ahora que estás en lo más alto, dígnate recibir y escuchar con atención a los que vengan a quejarse ante ti, a los que te muestren sus penas. No contestes sin antes reflexionar; entérate de la verdad, pues eres sustituto de Tloque Nahuaque. Él habla por ti y tú hablas ante él en nombre de la gente.

Ojalá examines bien las cosas. No olvides que Dios te ha dado poder para castigar pues él no castiga en persona; tú debes actuar en su lugar. Por eso te ruego que no hagas locuras, que no te muestres ávido de poder, que no porque eres tlatoani ofendas a los demás y eches a perder, malgastes los productos del trabajo.

Sin embargo, no doblegues las manos, muestra tu dignidad, no permitas que el pueblo se te insubordine.

    Piensa una y otra vez: “¿Dónde estaba yo antes? ¿Y ahora dónde estoy si nada hice para merecerlo? La honra que Dios me convida es como cosa de sueño.”

No te regodees en los placeres sensuales. Piensa en tu responsabilidad aun cuando estés dormido. No quieras engordar y emborracharte a costa del trabajo de los macehuales. No permitas que lo que Dios te da, todos los bienes materiales, se transformen en cosa de locura y desvarío. De esta manera harías daño a la gente.

Oh, mi noble, señor nuestro, Tloque Nahuaque es completamente arbitrario, se divierte con nosotros, nos hace rodar en la palma de su mano como si fuéramos bolitas de barro; somos su diversión.

Piensa, pues, cuidadosamente: ¿No es un sueño esto que creemos merecer? Dios Nuestro Señor te hace partícipe de su honra, gasta en ti un poco de su fama y por ti deja a alguno al que hubiere estado aficionado. Pero puede separarte de su lado y buscar a quien te sustituya. Pues qué, ¿no tiene amigos Nuestro Señor? ¿Existes tú solamente? ¿No se cuentan por miles los que lo llaman? ¿No hay acaso muchos, nobles y sabios, que puedan aspirar a ser llamados por él?

Tal vez no dure mucho la fama y la honra que él te otorga. Quizá sólo te dé a probar, a oler el placer de los bienes materiales, lo que constituye la riqueza de Ipalnemoani. Luego, sé humilde frente a él y ocúpate muy especial de las cosas sagradas. En cualquier tiempo Dios te matará, ¿cómo podrás, entonces, cumplir con los ritos?

        No uses con rigor de la autoridad, no lastimes a nadie, trata bien a la gente; de otro modo causarás escándalo.

Dignifica tu estado; no digas chanzas, no te expongas al ridículo. Cierto que hasta hace poco te divertías como todos; pero ya no es lo mismo. Ya no eres como nosotros, has sido deificado, eres el representante de Dios ante los hombres. Tú tienes comunicación con él, tú eres el intérprete de sus designios y para eso te dio poder.

Ahora, ya no más diversiones. Que tu conducta tenga la sabiduría, la fuerza y la dignidad de los viejos. Pues ya eres diferente, nosotros estamos de este lado y tú participas de la fama y de la honra de Nuestro Señor. No te tornes débil, no pongas en ridículo al señorío.

Escucha bien, oh persona preciosa: la tierra es un lugar lleno de peligros, en cualquier momento podemos caer.

No uses con exceso de tu poder pues te harás odioso y harás inútil el esfuerzo de la gente, desperdiciarás las cosas. Sé benevolente, procura regocijar a tus nobles y al pueblo en general. Hazte cargo de tu responsabilidad. Que se escuche la música que inflama los ánimos para la guerra; que haya alegría para todos. Así serás famoso y cuando mueras se te recordará, los ancianos suspirarán por ti.

Mira lo que haces, noble mío, porque el señorío no es lugar de gozos, no se viene a disfrutar. Hay peligros y hay penitencias. No te confíes al placer, no procures demasiado el placer sexual pues puedes enfermar, puedes morir.

Ocúpate de conseguir el sustento que nos viene de Nuestro Señor; no es fácil, ya se dijo que no descansadamente se obtiene lo necesario para vivir. El mando, la autoridad implican sufrimiento, penitencia.

Oh, señor nuestro, persona preciosa, ojalá que no haya provocado tu enojo. Ante ti he dicho mi discurso con balbuceos de tartamudo. Temo haber ofendido a Nuestro Señor, a quien no vemos ni sentimos, pero que está aquí y que también me ha escuchado.

Empero, esta palabra inoportuna que he dicho, es la costumbre, es mi deber decirla; así lo indica la tradición. Yo la ofrezco a Nuestro Señor. Cumple tú con tu deber, oh, tlatoani, señor nuestro.

Huehuetlatolli: “Los antiguos libros” o “Los antiguos discursos”

[Cf. Capítulo X del libro VI del códice Florentino; Fray Bernardino de Sahagún; 1547]

miércoles, 15 de diciembre de 2021

El pasado solo tiene valor para quien confía en el porvenir

 


José de Jesús Marmolejo Zúñiga

 

¡Vive nuevamente, Jaime Torres Bodet! Vive, para que pueda recuperar la educación su elegancia, su fortaleza y visión.

En tiempos de crisis, es grato recordar el enfoque que tan diáfanamente nos propusiste: 

“En la interpretación de lo nuestro, no debemos jamás prescindir del más amplio concepto humano”. 

Este anhelo en el presente nos confronta, para evitar sufrir de aquello que Charles Dickens observara por primera vez: 

“una masa de personas sin rostro, donde nadie busca al otro”.

Es verdad, fuiste una inteligencia precoz, poeta de la noche sin llegar a búho, sin recorrer camposantos como Baudelaire, pero estricto y sistémico. Se reconoce que eras inflexible, cuando sentías que la razón estaba en verdad de tu parte.

Tras valiente salida del territorio europeo en plena Guerra Mundial, regresaste a un México que te esperaba para ser luz de las aulas, para darnos un grato ejemplo. La cuna burocrática y el exceso de bibliografía no menguan la capacidad de tener 

“relaciones de comprensión con los maestros”. 

Tu primera tarea, aquella donde los menos provistos quedan, fue tu puerta triunfal, la unificación de los docentes mexicanos; venciste la división apuntalando el interés superior de la patria.

El Plan de los Once Años, el impulso a las bibliotecas, la alfabetización y la construcción de múltiples templos del conocimiento, tus notas gloriosas en la melodía de tu vida. También los ojos apoyados en las lentes te permitieron ver más allá, en lo que desde entonces pasaba y que, como legado, tenemos:

“El aumento de los espacios educativos ha tenido una consecuencia desventurada: la de incluir a muchos jóvenes mexicanos a seguir la carrera magisterial, no porque realmente les interese, sino para asegurarse un medio de vida, que juzgan fácil, tras de estudios −más bien someros− y para intentar conseguir una situación social de índole diferente”.

Y señalas, flamígero: “Cuando fracasa en sus estudios de médico o de ingeniero, emigra al magisterio”.

Te asumes parte de esta realidad provocada, pero no como quien desconoce, sino como el que es consciente; no del que irónicamente lo reconoce en favor de su beneficio en el presente, sino como quien razona: 

“Preocupados por acrecentar la cantidad, tuvimos que diferir el mejoramiento esencial de la calidad. No deseábamos que nos excuse el futuro. Esperamos, tan solo, que nos comprenda…”

Diplomático y educador, fuiste fuerte de razonamiento y de palabra, diría Víctor Hugo: “Lo que bien se piensa, bien se expresa”. Y aun así tu mirada era la de un emérito consagrado a la causa de los que en la escuela encuentran una esperanza. Con el mismo fuego que criticabas el utilitarismo, buscaste mejorar la dignidad de aquello, a pesar de ese siempre escaso recurso tan fugaz, ante el que expresabas: “el tamaño de lo posible no guarda relación con la magnitud de lo indispensable”.

Hoy en día, la reflexión se encuentra solo en congresos y eventos especializados. Sí, nos sigue consumiendo la misma ansia, buscamos correr y siempre nos tropezamos, no se nos ha dado el caminar. Finalmente se cumple la teoría del filósofo Johan Huzinga: “Toda civilización determina lo que quiere que sea su propia historia”. De forma constante, le damos rostro con menos pasión y fervor a esto, que es muy diferente a lo que soñabas desde esa calle vacía de la República de Argentina, donde salías tras atender tus últimos pendientes a las 9 de la noche de un día viernes 31 de diciembre.

La elegancia de los primeros acordes de un danzón armonioso se escuchaba entre los adoquines del primer cuadro de la Ciudad de los Palacios, al verte pasar, hombre distinguido, la pléyade educativa de un país.

Pero lo tuyo no era un panorama oscuro. Todo lo contrario. Procedía de la región más transparente enunciada por Alfonso Reyes; pasaba por la combatividad de Paul Valéry, cuando expresaba: 

“La idea del pasado constituye sólo un valor auténtico para el hombre animado por la confianza del porvenir”. 

Por eso, en cada oportunidad de reenfocar la mirada, impulsabas ese amor por la unión, memorable la participación ante los docentes de Historia, a los que en Años contra el Tiempo podemos verificar la siguiente narrativa:

“Invité a los profesores a cancelar el odio de la narración de la historia de nuestra patria. Tampoco tender un velo hipócrita y tembloroso, para no colocar a los héroes de México en la equivocada posición de protagonistas sin contenido y de seres que pelearon contra fantasmas”.

Cerrando con dos certezas contundentes: 

“No nos consagremos a palpar cicatrices, no desquiciemos el futuro por las cóleras del pasado”. 

Sigue retumbando tu voz entre las conciencias de tantos mexicanos que sabemos que la división de la patria nunca ha arrojado dividendos, finalmente “México es un todo”. Lo dijiste de inolvidable manera: “Seamos dignos de aumentar, a la historia heredada, la historia nueva: la que surgirá de la unión de esperanzas”.

Si acaso pudiéramos resumir de alguna manera el carisma intelectual que te permitió unificar al magisterio, encontraríamos material para la inteligencia en la siguiente expresión −aunque en relación a la historia nos habla de esa personalidad de reconciliación, que aprendió a admirar la Catedral Metropolitana, pero también el Templo Mayor−:

“No podemos ignorar la opinión de quienes no encarnaron acaso en la historia el ideal progresista de México, pero no por eso dejaron de intervenir, con derecho en la vida de la República”.

Ese solo fragmento tiene un valor en oro, pues nuestro país está lleno de claroscuros; nadie es capaz de reconocer de forma confiable el aporte de Maximiliano a la educación del país, ni las negociaciones desesperadas de Juárez, Santa Ana o Carranza con el extranjero; pocos recordarán la defensa de nuestra patria que los norteamericanos hicieron en Veracruz contra los españoles; poco queremos recordar la valentía de Porfirio Díaz contra los franceses, ni que son sus obras las que nos siguen llenando de orgullo y admiración en la capital mexicana; mucho menos el amor que Cortés tuvo en sus territorios conquistados. No, en México sepultamos el pasado como pirámides, lo sepultamos por completo porque “es malo e irreconocible”, porque lo siguiente siempre debe ser mejor.

Hay aún muchos héroes, grandes constructores de nuestra patria que no serán recordados por los libros de historia por encontrarse al final, en el lugar equivocado. Viene a la mente en este momento un guanajuatense, hombre destacado: don Lucas Alamán, por citar a alguno.

Reconocer la diversidad como divisa y no como mal tolerado; no tener miedo o recelo a las ideas distintas, es característico de mujeres y hombres trascendentes. Torres Bodet lo expresó así: 

“Y una visión completa de las razones que algunos sectores tuvieron para vivir y para luchar, eliminaría de nuestra historia ese elemento crítico, necesario, que sólo temen los déspotas o los débiles”.

Finalmente, la historia como la que acabamos de contar, tiene una función clásica, “la de ser maestra de la vida”. Así, hoy dimos una leve pincelada la obra de otro gran hombre que siempre supo expresar lo necesario como un caballero, quien creía en las palabras de Núñez y Domínguez: “No es necesario callar nada por respeto porque todo puede decirse con respeto”.

Pero también con valentía, porque solía decirse en nuestro México de inicios de siglo: 

“Para que un hombre sea culto, primero debe ser hombre y ya después que se cultive”.