Josefina García Quintana
Oh, mi venerable señor, persona preciosa, en verdad llegas hoy al señorío, Dios se ha dignado colocarte en él. Tus antecesores han muerto ya, permanecen en aquel lugar donde fueron a yacer. El señor X y el señor Y dejaron el pueblo cuando partieron.
¿Acaso visitan la ciudad? Esta ya quedó abandonada, ya no es un lugar de provecho. ¿Acaso andan ellos aún en las afuera de la ciudad? Aquí está la gente del pueblo, pero ya no tiene quién la guíe, ya no existen personas que entiendan, que piensen, por esa razón, por eso el pueblo ya no habla, está mudo, está sin cabeza.
El último señor, tu antecesor, tuvo una corta vida, la ciudad lo disfrutó por poco tiempo. Dios lo llamó y ahora ya nada se sabe de él. Fue a reunirse con sus antepasados. Ya lo absorbió Mictlantecutli.
¿Volverá, acaso, de aquel lugar? Ya no, ya acabó del todo. La ciudad no volverá a verlo, nada se sabe de él, yo no alumbrará más. Sin él, el pueblo está en peligro de perecer. Pues al morir lo dejó en suspenso.
Hizo tranquilamente su gobierno tal como lo había dispuesto Ipalnemoani. Realizó todo su esfuerzo por el pueblo, se enfermó ante Nuestro Señor, no rehuyó al trabajo.
Mas ahora, señor, Tloque Nahuaque hace que de nuevo haya luz, pues te ha escogido. Tú correspondes satisfactoriamente a la idea que él se había hecho respecto del sucesor del señorío. Esto fue determinado ya en el mundo divino y Nuestro Señor te coloca en la dignidad, en el lugar donde él recibe y da honra. Tú vienes a continuar el linaje que fundaron tus antecesores.
Vienes a regir al pueblo, a sustituirlos en el gobierno del pueblo que ellos te heredaron. Ellos se fueron hace algún tiempo, pero tú eres de su mismo linaje. Por eso ahora te echas al pueblo a tus espaldas; Dios coloca bajo tu protección a los macehuales que son gente voluntariosa. Tú deberás protegerlos, consentirlos y castigarlos como niños que son.
Ya llegó a este mundo el designio de los dioses. Tloque Nahuaque te ha creado y te ha señalado para el gobierno. ¿Vas a esconderte acaso? ¿Pondrás resistencia? ¿Es esa tu manera de estimar a Dios, a los señores, al pueblo? Ellos te eligieron, es cierto, pero obraron en nombre de Nuestro Señor. El pueblo te ha hecho ya su guía.
Así que prepárate a realizar el gran esfuerzo. Que se cumplan los designios de Nuestro Señor.
Quizá puedas fortificar a tu pueblo, pero quizás no dures mucho, porque Dios sabe lo que es el castigo; puede juzgarte y querer sobre ti cualquier cosa. Él es arbitrario, se burla de nosotros.
Tal vez decida estragarte o convertirte en macehual o enviar sobre ti la miseria. Quizá le plegue que caigas en pecado o que haya pecado a tu alrededor o que te calumnien.
Puede ser que en tu tiempo sea conquistada la ciudad; tal vez vengan tus enemigos a provocar guerra. Por esa causa serás despreciado, odiado. Y si llegara la hambruna, ¿cómo en forma tan inútil reventará el pueblo? Quizá Dios te envíe la enfermedad, la epidemia, ¿cómo tan vanamente se destruirá la ciudad?
Quizá no dures mucho en este sitio, quizá Nuestro Señor te mate pronto. Podría suceder también que los guerreros tengan que morir para dar de comer y de beber al Sol. Son, pues, muchas la maneras y las ocasiones que Dios tiene para castigar y para matar.
Con esto te digo que actúes con todo tu esfuerzo y que no estés contento, antes bien te ruego que te aflijas. Sobre todo, ponte al amparo de Nuestro Señor Tloque Nahuaque, a quien tienes que suplicar pues no es hombre del que puedas disponer.
Ahora que estás en lo más alto, dígnate recibir y escuchar con atención a los que vengan a quejarse ante ti, a los que te muestren sus penas. No contestes sin antes reflexionar; entérate de la verdad, pues eres sustituto de Tloque Nahuaque. Él habla por ti y tú hablas ante él en nombre de la gente.
Ojalá examines bien las cosas. No olvides que Dios te ha dado poder para castigar pues él no castiga en persona; tú debes actuar en su lugar. Por eso te ruego que no hagas locuras, que no te muestres ávido de poder, que no porque eres tlatoani ofendas a los demás y eches a perder, malgastes los productos del trabajo.
Sin embargo, no doblegues las manos, muestra tu dignidad, no permitas que el pueblo se te insubordine.
No te regodees en los placeres sensuales. Piensa en tu responsabilidad aun cuando estés dormido. No quieras engordar y emborracharte a costa del trabajo de los macehuales. No permitas que lo que Dios te da, todos los bienes materiales, se transformen en cosa de locura y desvarío. De esta manera harías daño a la gente.
Oh, mi noble, señor nuestro, Tloque Nahuaque es completamente arbitrario, se divierte con nosotros, nos hace rodar en la palma de su mano como si fuéramos bolitas de barro; somos su diversión.
Piensa, pues, cuidadosamente: ¿No es un sueño esto que creemos merecer? Dios Nuestro Señor te hace partícipe de su honra, gasta en ti un poco de su fama y por ti deja a alguno al que hubiere estado aficionado. Pero puede separarte de su lado y buscar a quien te sustituya. Pues qué, ¿no tiene amigos Nuestro Señor? ¿Existes tú solamente? ¿No se cuentan por miles los que lo llaman? ¿No hay acaso muchos, nobles y sabios, que puedan aspirar a ser llamados por él?
Tal vez no dure mucho la fama y la honra que él te otorga. Quizá sólo te dé a probar, a oler el placer de los bienes materiales, lo que constituye la riqueza de Ipalnemoani. Luego, sé humilde frente a él y ocúpate muy especial de las cosas sagradas. En cualquier tiempo Dios te matará, ¿cómo podrás, entonces, cumplir con los ritos?
Dignifica tu estado; no digas chanzas, no te expongas al ridículo. Cierto que hasta hace poco te divertías como todos; pero ya no es lo mismo. Ya no eres como nosotros, has sido deificado, eres el representante de Dios ante los hombres. Tú tienes comunicación con él, tú eres el intérprete de sus designios y para eso te dio poder.
Ahora, ya no más diversiones. Que tu conducta tenga la sabiduría, la fuerza y la dignidad de los viejos. Pues ya eres diferente, nosotros estamos de este lado y tú participas de la fama y de la honra de Nuestro Señor. No te tornes débil, no pongas en ridículo al señorío.
Escucha bien, oh persona preciosa: la tierra es un lugar lleno de peligros, en cualquier momento podemos caer.
No uses con exceso de tu poder pues te harás odioso y harás inútil el esfuerzo de la gente, desperdiciarás las cosas. Sé benevolente, procura regocijar a tus nobles y al pueblo en general. Hazte cargo de tu responsabilidad. Que se escuche la música que inflama los ánimos para la guerra; que haya alegría para todos. Así serás famoso y cuando mueras se te recordará, los ancianos suspirarán por ti.
Mira lo que haces, noble mío, porque el señorío no es lugar de gozos, no se viene a disfrutar. Hay peligros y hay penitencias. No te confíes al placer, no procures demasiado el placer sexual pues puedes enfermar, puedes morir.
Ocúpate de conseguir el sustento que nos viene de Nuestro Señor; no es fácil, ya se dijo que no descansadamente se obtiene lo necesario para vivir. El mando, la autoridad implican sufrimiento, penitencia.
Oh, señor nuestro, persona preciosa, ojalá que no haya provocado tu enojo. Ante ti he dicho mi discurso con balbuceos de tartamudo. Temo haber ofendido a Nuestro Señor, a quien no vemos ni sentimos, pero que está aquí y que también me ha escuchado.
Empero, esta palabra inoportuna que he dicho, es la costumbre, es mi deber decirla; así lo indica la tradición. Yo la ofrezco a Nuestro Señor. Cumple tú con tu deber, oh, tlatoani, señor nuestro.
Huehuetlatolli: “Los antiguos libros” o “Los antiguos discursos”
[Cf. Capítulo X del libro VI del códice Florentino; Fray Bernardino de Sahagún; 1547]
Oh, mi venerable señor, persona preciosa, en verdad llegas hoy al señorío, Dios se ha dignado colocarte en él. Tus antecesores han muerto ya, permanecen en aquel lugar donde fueron a yacer. El señor X y el señor Y dejaron el pueblo cuando partieron.
¿Acaso visitan la ciudad? Esta ya quedó abandonada, ya no es un lugar de provecho. ¿Acaso andan ellos aún en las afuera de la ciudad? Aquí está la gente del pueblo, pero ya no tiene quién la guíe, ya no existen personas que entiendan, que piensen, por esa razón, por eso el pueblo ya no habla, está mudo, está sin cabeza.
El último señor, tu antecesor, tuvo una corta vida, la ciudad lo disfrutó por poco tiempo. Dios lo llamó y ahora ya nada se sabe de él. Fue a reunirse con sus antepasados. Ya lo absorbió Mictlantecutli.
¿Volverá, acaso, de aquel lugar? Ya no, ya acabó del todo. La ciudad no volverá a verlo, nada se sabe de él, yo no alumbrará más. Sin él, el pueblo está en peligro de perecer. Pues al morir lo dejó en suspenso.
Hizo tranquilamente su gobierno tal como lo había dispuesto Ipalnemoani. Realizó todo su esfuerzo por el pueblo, se enfermó ante Nuestro Señor, no rehuyó al trabajo.
Mas ahora, señor, Tloque Nahuaque hace que de nuevo haya luz, pues te ha escogido. Tú correspondes satisfactoriamente a la idea que él se había hecho respecto del sucesor del señorío. Esto fue determinado ya en el mundo divino y Nuestro Señor te coloca en la dignidad, en el lugar donde él recibe y da honra. Tú vienes a continuar el linaje que fundaron tus antecesores.
Vienes a regir al pueblo, a sustituirlos en el gobierno del pueblo que ellos te heredaron. Ellos se fueron hace algún tiempo, pero tú eres de su mismo linaje. Por eso ahora te echas al pueblo a tus espaldas; Dios coloca bajo tu protección a los macehuales que son gente voluntariosa. Tú deberás protegerlos, consentirlos y castigarlos como niños que son.
Ya llegó a este mundo el designio de los dioses. Tloque Nahuaque te ha creado y te ha señalado para el gobierno. ¿Vas a esconderte acaso? ¿Pondrás resistencia? ¿Es esa tu manera de estimar a Dios, a los señores, al pueblo? Ellos te eligieron, es cierto, pero obraron en nombre de Nuestro Señor. El pueblo te ha hecho ya su guía.
Así que prepárate a realizar el gran esfuerzo. Que se cumplan los designios de Nuestro Señor.
Quizá puedas fortificar a tu pueblo, pero quizás no dures mucho, porque Dios sabe lo que es el castigo; puede juzgarte y querer sobre ti cualquier cosa. Él es arbitrario, se burla de nosotros.
Tal vez decida estragarte o convertirte en macehual o enviar sobre ti la miseria. Quizá le plegue que caigas en pecado o que haya pecado a tu alrededor o que te calumnien.
Puede ser que en tu tiempo sea conquistada la ciudad; tal vez vengan tus enemigos a provocar guerra. Por esa causa serás despreciado, odiado. Y si llegara la hambruna, ¿cómo en forma tan inútil reventará el pueblo? Quizá Dios te envíe la enfermedad, la epidemia, ¿cómo tan vanamente se destruirá la ciudad?
Quizá no dures mucho en este sitio, quizá Nuestro Señor te mate pronto. Podría suceder también que los guerreros tengan que morir para dar de comer y de beber al Sol. Son, pues, muchas la maneras y las ocasiones que Dios tiene para castigar y para matar.
Con esto te digo que actúes con todo tu esfuerzo y que no estés contento, antes bien te ruego que te aflijas. Sobre todo, ponte al amparo de Nuestro Señor Tloque Nahuaque, a quien tienes que suplicar pues no es hombre del que puedas disponer.
Ahora que estás en lo más alto, dígnate recibir y escuchar con atención a los que vengan a quejarse ante ti, a los que te muestren sus penas. No contestes sin antes reflexionar; entérate de la verdad, pues eres sustituto de Tloque Nahuaque. Él habla por ti y tú hablas ante él en nombre de la gente.
Ojalá examines bien las cosas. No olvides que Dios te ha dado poder para castigar pues él no castiga en persona; tú debes actuar en su lugar. Por eso te ruego que no hagas locuras, que no te muestres ávido de poder, que no porque eres tlatoani ofendas a los demás y eches a perder, malgastes los productos del trabajo.
Sin embargo, no doblegues las manos, muestra tu dignidad, no permitas que el pueblo se te insubordine.
Piensa una y otra vez: “¿Dónde estaba yo antes? ¿Y ahora dónde estoy si nada hice para merecerlo? La honra que Dios me convida es como cosa de sueño.”
No te regodees en los placeres sensuales. Piensa en tu responsabilidad aun cuando estés dormido. No quieras engordar y emborracharte a costa del trabajo de los macehuales. No permitas que lo que Dios te da, todos los bienes materiales, se transformen en cosa de locura y desvarío. De esta manera harías daño a la gente.
Oh, mi noble, señor nuestro, Tloque Nahuaque es completamente arbitrario, se divierte con nosotros, nos hace rodar en la palma de su mano como si fuéramos bolitas de barro; somos su diversión.
Piensa, pues, cuidadosamente: ¿No es un sueño esto que creemos merecer? Dios Nuestro Señor te hace partícipe de su honra, gasta en ti un poco de su fama y por ti deja a alguno al que hubiere estado aficionado. Pero puede separarte de su lado y buscar a quien te sustituya. Pues qué, ¿no tiene amigos Nuestro Señor? ¿Existes tú solamente? ¿No se cuentan por miles los que lo llaman? ¿No hay acaso muchos, nobles y sabios, que puedan aspirar a ser llamados por él?
Tal vez no dure mucho la fama y la honra que él te otorga. Quizá sólo te dé a probar, a oler el placer de los bienes materiales, lo que constituye la riqueza de Ipalnemoani. Luego, sé humilde frente a él y ocúpate muy especial de las cosas sagradas. En cualquier tiempo Dios te matará, ¿cómo podrás, entonces, cumplir con los ritos?
No uses con rigor de la autoridad, no lastimes a nadie, trata bien a la gente; de otro modo causarás escándalo.
Dignifica tu estado; no digas chanzas, no te expongas al ridículo. Cierto que hasta hace poco te divertías como todos; pero ya no es lo mismo. Ya no eres como nosotros, has sido deificado, eres el representante de Dios ante los hombres. Tú tienes comunicación con él, tú eres el intérprete de sus designios y para eso te dio poder.
Ahora, ya no más diversiones. Que tu conducta tenga la sabiduría, la fuerza y la dignidad de los viejos. Pues ya eres diferente, nosotros estamos de este lado y tú participas de la fama y de la honra de Nuestro Señor. No te tornes débil, no pongas en ridículo al señorío.
Escucha bien, oh persona preciosa: la tierra es un lugar lleno de peligros, en cualquier momento podemos caer.
No uses con exceso de tu poder pues te harás odioso y harás inútil el esfuerzo de la gente, desperdiciarás las cosas. Sé benevolente, procura regocijar a tus nobles y al pueblo en general. Hazte cargo de tu responsabilidad. Que se escuche la música que inflama los ánimos para la guerra; que haya alegría para todos. Así serás famoso y cuando mueras se te recordará, los ancianos suspirarán por ti.
Mira lo que haces, noble mío, porque el señorío no es lugar de gozos, no se viene a disfrutar. Hay peligros y hay penitencias. No te confíes al placer, no procures demasiado el placer sexual pues puedes enfermar, puedes morir.
Ocúpate de conseguir el sustento que nos viene de Nuestro Señor; no es fácil, ya se dijo que no descansadamente se obtiene lo necesario para vivir. El mando, la autoridad implican sufrimiento, penitencia.
Oh, señor nuestro, persona preciosa, ojalá que no haya provocado tu enojo. Ante ti he dicho mi discurso con balbuceos de tartamudo. Temo haber ofendido a Nuestro Señor, a quien no vemos ni sentimos, pero que está aquí y que también me ha escuchado.
Empero, esta palabra inoportuna que he dicho, es la costumbre, es mi deber decirla; así lo indica la tradición. Yo la ofrezco a Nuestro Señor. Cumple tú con tu deber, oh, tlatoani, señor nuestro.
Huehuetlatolli: “Los antiguos libros” o “Los antiguos discursos”
[Cf. Capítulo X del libro VI del códice Florentino; Fray Bernardino de Sahagún; 1547]
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