Al respecto del contenido de esta importante construcción, creo que hay piezas fundamentales, que se encuentran en el conocimiento básico de todo mexicano, a decir: el calendario azteca o piedra del sol, las cabezas olmeca que en alguna época permitieron teorías sobre nuestros posibles orígenes africanos, los atlantes de Tula, lugar donde también por cierto, surge la leyenda de Quetzalcóatl, las estelas del mundo maya, las pinturas de Bonampak y dando la bienvenida al Museo, el mítico Tláloc que tan importantes lluvias concedió en su cambio de residencia desde un pueblito en el Estado de México. La Coatlicue, con su falda de serpientes, diosa de la tierra (paradójicamente enterrada y desenterrada tantas veces por el horror causado a los españoles) completa esta lista.
Fuera del Museo Nacional, en el también museo pero del Templo Mayor, se encuentra otra figura que forma parte de esa riqueza ancestral y mitológica: la Coyolxauhqi, diosa de la luna. Funge como hermana de Huitzilopochtli, advocación solar, quien usando la espada Xiuhcóatl, serpiente de fuego, evita que sus hermanos atenten contra su madre la Coatlicue por un embarazo de procedencia divina o espiritual, que se creía no lícito. Por supuesto que no podemos dejar de ver el sincretismo cultural que desde estos hechos parece haber con el cristianismo.
Coyolxauhqi
Es importante no confundir la Xiuhcóatl, con la Cihuacóatl, ésta última
que dio origen a la leyenda de la llorona; podemos hacer la reflexión en este momento de esa
similitud de sonidos en algunas sílabas con significados diferentes en el Náhuatl, muy
similar a lo que ocurre con las del chino.
Pues bien, los historiadores dicen que, esa efigie de la Coyolxauhqi en redonda forma, como de moneda, representando a la luna vencida, cortada, dividida, estaba en el piso del templo mayor. Desde las alturas, en la parte superior de las escalinatas de la pirámide, el emperador mexica podía recordar constantemente la mitología. En ese nivel superior, dos adoratorios nos definen al pueblo mexica, el de Huitzilopochtli y el de Tláloc, sol y lluvia, una cosmogonía basada en los elementos naturales, en ese sentido muy similar a lo que vemos en la cultura japonesa.
Hecha la parada obligatoria en el centro de México donde se da el florecimiento del gran imperio mexica, resuelve la mente el recorrer otros importantes sitios prehispánicos, lo haré desde la experiencia. Si bien he visitado alguno de los lugares más emblemáticos del país, me ha sido imposible conocerlos todos, pues afortunadamente, con un recorrido por carretera, podemos darnos cuenta sobre todo en la región que en su momento se denominó Mesoamérica, que la cantidad de sitios arqueológicos es muy importante. Algunos son más populares, generalmente por lo imponente o la cantidad de los palacios, pirámides o construcciones desarrollados.
En México como singularidad tenemos una ventana próxima al pasado de solo 500 años. Son nuestro antecedente inmediato los pueblos prehispánicos que después de 1521 se vieron en una rápida reorganización española, buscaron la independencia 200 años más tarde y 100 años después se dieron cuenta que estaban tan divididos en ideas como para no soportar el régimen autoimpuesto.
Hoy en día, se vive una era, que consideramos "moderna", con algunos matices como el de la pluralidad o el de los gobiernos electos desde una plataforma democrática pero con una barbarie solo similar a la de los tiempos de las guerras floridas y las bajas de vidas mexicanas se cuentan en números comparables a los de la conquista.
Desde nuestra apertura al mundo, hemos sido parte de algunos (los que en tiempo nos han correspondido) de los grandes movimientos a nivel mundial, y así tuvimos por ejemplo influencia de la ilustración, la revolución francesa, la independencia estadounidense y la revolución industrial, entre otras. De manera menos contundente, quizá y esto comparado con otros países, en los temibles conflictos mundiales, la guerra civil española y ya más regionalmente en la revolución cubana.
No vivimos, a diferencia de otros pueblos por ejemplo, una edad media ni la consiguiente ilustración. Por ello para los mexicanos, la época prehispánica evoca el referente inmediato de nuestros antecedentes. Dicho en otras palabras, existe una asimetría temporal importante, pues lo que para otros pueblos significa un vistazo a un pasado remoto, para nosotros es la referencia más próxima. Cuando, por ejemplo, un europeo recuerda el arte del renacimiento, nosotros en México todavía alcanzamos en la temporalidad al auge de algunas pirámides o la fecha de algunos monolitos.
Así, en este encuentro, una vez tuve la oportunidad de visitar en un viaje tres importantes sitios arqueológicos, la experiencia aunque no se planteó así resultó en evolución. Comencé mi travesía en Tula, Hidalgo. Ahí subido en la parte más alta, a un lado de los atlantes, escuché a un guía que comentaba apasionado a un pequeño grupo, lo que los historiadores han dejado para la posteridad, teorías del cómo sacerdotes o gobernantes hacían ceremonias para el pueblo. Comencé con la vista privilegiada que tenía desde las alturas a imaginar.
Se presentaba desde mi posición un gran campo, rodeado por construcciones de piedra, en su momento recubiertas con estuco y pintadas con los tradicionales colores rojos y verdes. A ese espacio solo se dejaba ingresar al pueblo en ciertas ocasiones especiales. Todo estaba dispuesto: los sonidos simulando el viento, el fuego encendido en grandes vasijas. Salían sacerdotes y gobernantes ataviados para comenzar la ceremonia. En fechas especiales seguramente habría sacrificios. El tzompantli con sus filas de cráneos ordenados para alabar a los dioses eran parte de la escena.
Atlantes de Tula
La sombra de los Atlantes de Tula me daban el cobijo suficiente para protegerme de las inclemencias del sol, y poder disfrutar gratamente la reminiscencia....Y fue aquí donde recordé uno de los mitos que más me impactan como mexicano pues es protagonista de nuestra historia, la de Quetzalcóatl.
En una mirada global, de la importancia de Quetzalcoátl, el gran estudioso Miguel León Portilla nos regala este fragmento:
En verdad con él se inició, en verdad de
él proviene, de Quetzalcóatl, toda la
Toltecáyotl, el saber...
Y los sacerdotes así guardaban en Tula
sus preceptos, como se han guardado aquí
en México.
(Códice Matritense de la Academia, fol. 144r.)
Estoy convencido de que el pueblo mexicano no terminará de conocerse a profundidad si no descifra y hace suyos los enigmas de ese mito. Un hombre que vino a un pueblo de sabios, a aquellos que "sabían dialogar con su corazón", definido como de tez clara y barbado, conocedor de la agricultura, de la astronomía, la navegación y la orfebrería. Declarado un maestro entre los toltecas. Hay historiadores que le atribuyen incluso el no estar de acuerdo con los sacrificios humanos.
Traicionado y engañado por algunos "dioses" o sacerdotes, hasta lograr su partida del pueblo tolteca, llama la atención la influencia tan grande de este personaje que más tarde fue retomada por los mexicas. Aquí es donde empieza una dicotomía, entre Quetzalcóatl sacerdote y gobernante, y Quetzalcóatl como un Dios. La diferencia parece convertirse en coincidencia a menudo en los referentes prehispánicos, que si bien tratan de explicarse parece todavía nebuloso entre la realidad, digamos histórica y el mito.
La presencia de Quetzalcóatl, más allá del Dios, como ese hombre que se gana la buena voluntad de los otros con trabajo y conocimiento, es parte de varios pueblos de la parte sur de México en aquella época. Tenemos referencia del mismo, en esta efigie de hombre-Dios-gobernante, por ejemplo en la pirámide más grande de la ciudad maya de Chichen-itzá, en este caso denominada como Kukulkán.
Quetzalcóatl
La "serpiente emplumada" que es el significado tanto de Quetzalcóatl como de Kukulkán, tiene presencia en las ciudades más importantes del mundo prehispánico, tan honda fue su fama. Su final es también poético, refiriendo el perderse en el mar o inmolarse, para ver ascender su corazón convirtiéndose en "la estrella" Venus.
Esas son parte de nuestras raíces, continuaremos más adelante con este viaje, el cómo conocí El Tajín, el regreso por Teotihuacán y las maravillosas experiencias de vida que ahí se desarrollaron.
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