miércoles, 15 de diciembre de 2021

Respuestas concisas y silencios audaces

 

Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga

¿Cuál es tu autor favorito?

¡La prosa de José Vasconcelos y la de Jaime Torres Bodet! En ese orden.

En el país de los libros, existe la dignidad del pensamiento, distinguidos planteamientos, profundos en su capacidad para imaginar. Cada uno de ellos deleita las sensaciones del alma entregada a la lectura. Sin embargo, existen palabras que corren como agua ligera en un arroyo de limpias piedras. ¡Sin nada que la detenga! Y por si no fuera suficiente, a su paso, ese afluente canta y sus notas susurran sueños…

La reflexión que nos traerá la flamígera luz de las velas esta noche, es la de un hombre que, como algunos otros de su era, aprendió a descubrirse en brazos de la cultura helénica. Nunca bajó del Olimpo y, sin embargo, sus ideas fueron parte del viento que cubrió a toda la polis, Don Jaime Torres Bodet.

Plasmadas como aforismos, en recovecos de papel, mis notas del personaje se han convertido en un tesoro. Abrir la libreta es descubrir un cofre donde se mantiene en perfectas condiciones un códice −que jamás hemos de comprender, pero nos satisface admirar en sus elaborados glifos−. Solo la experiencia puede grabar en código trilingüe, y el sentimiento poético podrá dar profundidad a la Rosetta Stone que nos permita descifrar las vibraciones de la razón de nuestro personaje.

El pensamiento preclaro gana nuestra simpatía cuando un consagrado se muestra dispuesto a ser polvo, a ser poco, a ser hombre, y confiesa: 

“Me parecía pobreza la sencillez”. 

¿Cuántos héroes no han confesado sus imperfecciones naturales cuando abren los ojos al universo? Quien, contradictoriamente, representa la aceptación de razones naturales que desafortunadamente no aprendemos a ver de manera correcta desde pequeños. La igualdad del ser humano es una condición de cualquier carácter evolucionado. No solo en el aspecto biológico, sino ante todo en el moral y ético.

Dicen que no existen las coincidencias, y seguramente puestas en el contexto no lo son, pero Don Jaime Torres Bodet cerraba el libro a las 11 de la noche, ahora nosotros empezamos los escritos a la misma hora. Habría que entender el reloj de arena, de baldosa limada por los pasos de la Ciudad de México en esos horarios, comparado con los días dominados por la brillantez del fotón en la época moderna.

Después de esas largas ceremonias en la mejor compañía, habría que imaginar cómo eran las mañanas de una generación disciplinada, él las expresa de esta manera: 

“Por la mañana, me gusta flotar sobre la ola −cada vez más alta− de la mañana”. 

Este espíritu solar es una adoración, como la que hacían nuestros antiguos pueblos, seguimos siendo protegidos al mismo tiempo por Helios, Ra, Jesús y Huitzilopochtli. De la misma manera, existimos personas que en lugar de células tenemos celdas solares, nos cargamos con el sol.

En otro orden de ideas, uno de los conceptos que más profundamente admiramos de esos grandes hombres del siglo XIX, no fue solo el deslumbrante conocimiento y penetración en culturas del orbe, tema aspiracional para muchos, lleno de un particular encanto, ese descubrir las ideas bajo las nubes de los pueblos del mundo o inclusive reconocer en su patria originaria a los árboles con los que contamos y que nos platican tantas lejanas historias.

Pues bien, muchos de esos grandes mexicanos, por cierto, convertidos durante una época en personajes del servicio exterior, los cuales provocaban una excelente representación internacional, antes de conocer los límites extraterritoriales, o la salida del sol más allá de nuestros mares, conocieron a profundidad nuestras raíces, la cuarteadura de nuestra tierra en sequía y, por supuesto, el calor sofocante de nuestros parajes más verdes.

Si bien algunos como Jaime Torres Bodet impulsaron el conocimiento de lo nuestro con productos de difusión cultural como la revista “Cosas de México”, editada en Francia, otros llevaron la impronta de lo mejor, lo más pulido y fraterno de un pueblo que recibe con los brazos abiertos; en esta última parte pienso por supuesto en Alfonso Reyes, quien tuvo despedidas legendarias, marcadas por la tinta, la lágrima y el gesto bonachón de todos cuantos le querían en España, la misma Francia o Sudamérica.

Desafortunadamente, Alfonso Reyes tuvo como, principal característica, la paz con las mayorías, el principal reto de su popularización, pues más tarde sería acusado de escribir mucho de los helénicos y poco de los mexicanos. Aun así, no estoy de acuerdo, la huella histórica de México pasa no solo por lo que se ha escrito, sino ante todo por lo que se ha sentido, por lo que en esos países han visto no a través del nombre de una nación, sino de la experiencia de compartir con alguien que se ha germinado en nuestra tierra. Cabe decir aquí que Alfonso Reyes fue tentado, en su momento de mayor necesidad, a ser español, para obtener un puesto en el gobierno, y decidió no hacerlo.

Pues bien, quienes han recorrido palmo a palmo este sueño llamado México, coinciden en el mosaico que representa, algunos han hablado de sus inteligencias, otros por supuesto de los paisajes o los climas, pero hay un sentido muy importante para definirnos y ese es el del gusto. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de viajar al extranjero, sabe que por supuesto es una de nuestras características más deleitables. Así, Torres Bodet decía que 

“La geografía de la República es una antología del paladar”.

He mencionado en este escrito un par de autores, que son por supuesto de los que he leído un poco. ¿Coincidencia? No lo sé, pero sigamos, hay un audio que afortunadamente trasciende en nuestros días titulado “Consejos poéticos de Alfonso Reyes”, leído por Fabio Camero −por cierto, en el mismo, sin tratar de describir un texto con otro, lo cual sería un magro error, de acuerdo a lo que explicaba Goethe a Eckerman−, nos habla a mi parecer de la tranquilidad de espíritu, la calma y el equilibrio necesarios para escribir poesía.

Por supuesto, creo en la poesía, como lo decía Octavio Paz, como un acto de iluminación. Ya Antonio Machado nos regalaba aquella fabulosa definición: “Poesía es sentir hondo, pensar alto y hablar claro”. Pues bueno, poesía es lo que une al universo, y seguramente no se refiere solo a las composiciones poéticas, encontrar el amor, una tarde de viento fresco, trascender a sí mismo, todos son actos poéticos.

Me faltó, por supuesto, un ejemplo, un día lluvioso, con las imponentes nubes que nos recuerdan nuestra mortalidad y nos acercan, siempre lo han hecho, a lo divino, también como un acto poético. En una frase que se antoja sobre todo para funcionarios, expresaba Don Jaime Torres Bodet: 

“Esa nube ¿Qué aguaceros promete?”. 

Y volvemos a ver su naturaleza de visionario, de poeta, pero también de servidor público en medio de la tormenta, en una expresión sumamente corta. Consolida su visión de profeta con algunas otras frases como la siguiente: 

“Los juegos que nos divertían cuando niños, pueden dar información de la vocación que atesoramos hoy en día”.

Alguna vez vi con melancolía cómo se me escapaba una obra que me pareció especial, era un diccionario de símbolos. Como otras obras, me pareció algo que debía tener, sin embargo, el espacio en casa argumentaba que era prescindible. Aun así, en esas públicas disputas, donde el primero en pedirlo se lo lleva, dejé ese libro que parecía interesante. Los símbolos son parte de nuestra cultura, no solo nacional sino de la humanidad, no podemos escapar a ellos, glifos, colores, cantos, acontecimientos, todo tiene su carga. 

“Nuestras raíces se nutren de polvo de ídolos prehispánicos” diría.

En el sector educativo, Torres Bodet hablaba del símbolo del pupitre, lo cual debería recordar al estudiante que debía conocerse a sí mismo, que no podía dejar para mañana lo que podía hacer hoy y, por supuesto, ser el portal de contacto con aquellos que le han antecedido en la ruta y que le provocan reconocimiento, sus héroes.

La comicidad amalgamada con la elegancia es escasa, así el hablar de que hay

 “seres humanos de primer orden, de esos con mermelada en el desayuno”, 

es una referencia que nos habla de la exquisita conexión de ideas de un alma pura. ¡Vaya que hasta para reír hay estilo! Lo demuestra nuevamente hablando de la energía de sus maestros, diciendo 

“las ortográficas acechanzas de un catedrático riguroso”, 

a quien seguramente las tildes se le perdían menos que la luna en el firmamento.

Son motivo de ejemplo, de admiración −en todos estos grandes prosistas que al mismo tiempo son poetas−, las analogías, las adjetivaciones y las enumeraciones con conceptos contundentes, aquí una muestra en Don Jaime, cuando expresaba que la comentada idea 

“debía conmover como un peligro, seducir como un paseo y alarmar como un examen”; 

nótese la exactitud de estos grandes hombres, la grandilocuencia que es virtuosa, pues no le falta ni le sobra en sus consideraciones. Ajusta como un guante, pero no aprieta, puesto que es de seda.

Después venía nuevamente la geografía, la cual se encontraba en cada palmo de los hombres ilustres, algunos llegaron a olfatear el mar en los escritorios, otros dibujaban continentes en su rostro agrietado, pero Torres Bodet veía, “desde la entrada hasta las provincias últimas del plantel donde se encontraban”, una latente extensión de territorio nacional en cada escuela.

Y aquí viene algo precioso, todos hemos arribado a este puerto, sin embargo, las decisiones son completamente distintas, pues algunos deciden, la mayoría, dar la media vuelta para quedarse en tierra, otros zarpar en enormes barcos, donde lo mismo será haberse quedado como los otros, pero por supuesto, podrán presumir que fueron al mar, aunque solo lo hayan visto por pequeñas escotillas, pero existen los últimos, los que pueden soñar, esto es: 

“decidir naufragar en uno mismo”

Complicado en una cultura que parece no permitir ni ponerse el traje de baño o hacer maletas. Sin embargo, son las tempestades la mejor razón para amar a un sol saliendo tras una mañana nublada, nada más hermoso, ¡Che bella cosa!

¿Ha intentado fotografiar un rayo en una noche con tormenta eléctrica? Así eran los pensamientos de estos seres, fugaces y poderosos, su conocimiento se combinaba con el todo, pero no representaban la biblioteca sino la acción, la sabiduría. Así podían reconocer los vicios del espíritu y, si acaso se les atravesaba el pasado, podían expresar: 

“Siempre hay algo raro en el hecho de bautizar un fantasma, y ¿qué es un recuerdo sino un fantasma?”. 

Si con esa lucidez pudiéramos avizorar los múltiples pensamientos que a nuestras pausas llegan.

Ahora veamos una de sus analogías, se trata de dar a entender algo, dejando la palabra vulgar, transformándola y recreándola, de la misma manera, dejándola entendible para el público al que comprendes. Por eso, si aquello es importante, podía expresar: 

“Es como las vocales de la palabra, sin su existencia no podríamos pronunciarla y las sílabas serían insuficientes”, 

vocales con aires griegos traslados en sílabas de birremes fenicios. No se quedaron en el Mediterráneo, fueron trasplantadas en el mundo, a través de

“pájaros y mariposas migratorias”.

Sí, sus escritos crean en la imaginación multiplicidad de diáfanas, trasparentes imágenes, tocadas por la escala cromática, apoyados de la suave brisa y los últimos tonos rojizos del sol en un atardecer, imagina el en vivo 

“pláticas que son como libros que te tienden y que no lees a profundidad, por estar embelesado en las imágenes”.

Construidos de barro ¿qué tan fino es el polvo de nuestra alma? ¿Representarán nuestros valores la “solidez terca y valerosa de nuestra raíz”? ¿Habremos de entregarnos a lo eterno o presenciar en el instante el acto de lo divino? Para ello se deberá encontrar la clave, saber que se puede ser analfabeta pero no inculto, poder plantarse con la verdad para no otorgar concesiones sin conocer el miedo. Solo así podrá verse la mañana nuevamente, renovado el fuego del amor, “incendiando el río de pájaros y de aromas”. Por la noche, cuando éste descienda, podemos ver un torrente de “estrellas líquidas”.

Así pues, desconozco la clarividencia y, por ende, a dónde corre el tiempo, pero lo hace y nosotros crecemos con él. Por ello ya nos deletrea el firmamento. Y antes de poner “cara de monolítico Dios mixteca”, desagradable para algunos humanistas por el sacrificio del hombre en favor del conocimiento, o mejor dicho, del desconocimiento, como le pasó también al balcánico Odín, deberemos recordar que "bajo cada máscara de jefe vibra un espíritu de soldado”. Sí, el Sol y Júpiter también orbitan en este universo al que contradictoriamente la palabra que mayoritariamente lo define es vacío y al mismo tiempo infinito. Más de alguna vez nos encontraremos con operaciones superiores a nuestra voluntad, y saldrá el carácter-destino que anunciaba Heráclito, 

“para despertar, no nos hará falta una cura del afecto, sino una inmersión sin piedad en la lucha de la existencia”.

Por ello, el gran Jaime Torres Bodet cierra con este consejo, que lo llevó a “triunfos y derrotas”: en el diálogo, 

“respuestas concisas y silencios audaces”.

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