Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga
Sin duda ese año sería distinto. Tras despertarse plenamente por la mañana, el olor a humo proveniente la noble madera de la noche anterior aún le perfumaba el cuerpo. Abrió los ojos, recordó que había decidido, por voluntad, extraviar rencores de otro tiempo. Para ello tuvo que mitigar la vanidad y abrirse a la generosidad, sencillez y diversión de culturas ajenas.
Sí, reflexionó más tarde: "Nuestro comportamiento está formado desde la cuna". Somos −pensaba− ese entorno inicial que contiene en las mejores ocasiones fuertes raíces, pero muy diversos frutos.
En su caso, el seno familiar había transcurrido entre una dualidad parecida a la partícula onda (materia estudiada en la escuela=. Por un lado, el poderoso diálogo, aunado a lo que catalogaba como parsimonia reconfortante pero insuficiente de su padre; y por el otro, la ambición personal, el sacrificio, el conflicto familiar y los resultados de su madre.
Aun así, se entusiasmaba cuando su vida tenía impulsos suficientes para responder a invitaciones como la de aquella mañana. −¿Vamos a caminar?−, brotó de los labios amados la propuesta. −Los campos son verdes, frescos y agradables−, argumentaba, haciendo más fuerte el motor de la imaginación.
−¿Crees que encontremos el árbol de los nidos, el vuelo del cóndor?−. Un leve movimiento de manos y una mueca anunció que todo era posible. Emprendieron la marcha.
Pronto dejaron el concreto hidráulico de la gran ciudad, se internaron por uno de esos pocos pero suficientes caminos mágicos que existen en el mundo. ¿Conoce usted alguno? Los pasos, la tierra, los árboles, los pájaros que cantaban alegremente, el saludo cortés y la sinceridad de las personas que frecuentaban aquellos recovecos, le llenaban el corazón.
En lo alto un águila y dos halcones avizoraron a los visitantes que, entretenidos, hacían reflexiones darwinianas sobre la evolución del mundo, cuando encontraron multiplicidad de piedras de río en el camino. −Si te tiras al suelo, esas aves buscarán bajar, inténtalo, pero deberás pararte muy rápidamente para evitar picotazos−. Todo aquel conocimiento era tan real a la par que impresionante. La naturaleza y una niñez plenas eran excelentes Maestras.
Con constancia en el paso, tras las estrechas veredas de pronto se abrió el paisaje, apareció a la vista un sinuoso río, donde vio por primera vez una abundante parvada de patos en el aire, además de otras aves de diversos cantos, pequeñas casas bordeaban el río y algún agricultor había decidido llenar sus faldas con coliflores, que en elaboradas formas protegían, como en el interior de una rosa, a su capullo comestible.
Fue divertido regresar siguiendo el camino del río. El sol reflejaba su estampa en el agua −ese brillo de diamantes que se mueve, me encanta−, expresó ella, y completó −de niña me decían que por ahí va caminando la virgen−. No había duda, nuestra cultura mestiza (los 200 años de colonización española aunados a nuestros orígenes prehispánicos) tenía en la actualidad un encantador efecto en aquellas olas.
Así, la Tonantzin se volvía eterna, antes y después del ayate de Juan Diego, Nuestra Señora era un concepto que se encarnaba, como muchos otros, en nuestro gusto, en la conciencia mexicana.
Justo en ese momento se preguntó cuáles de sus conceptos librescos entraban en el disfrute de aquél momento, el eco de las palabras de Sor Juana retumbó en su cabeza "no estudió para saber más sino para ignorar menos", sintió el deseo de que todo aquel conocimiento sirviera a los más desfavorecidos de una forma real, y reflexionó que la educación no es pedantería, sino comprensión, fortalecimiento, y que es más hermoso sentir primero para poder decir como Montaigne: "¿Qué sé yo?".
En ese ánimo de pensamientos, nuevamente la madre de todas las cosas le fue generosa y le compartió de pronto una melodía, la interpretaban un tronco repleto en hojas secas, el acompañamiento musical fue obra del río, colaboraron también los pájaros del árbol de los nidos y el cacareo de las gallinas. Bastó con que cerraran los ojos para deleitarse con aquella suave música, recordó a Verdi, Bach, Paganini, tenían razón: “Todo a nuestro alrededor produce música".
De pronto, tras surcar los más intrincados caminos con ayuda de su báculo de poder (un carrizo de buen tamaño tomado como fiel compañero pasos atrás), teniendo cuidado de no resbalar o surcar aquel imponente mancha de lodo pegajoso o la resbaladiza arena que, aparte para la imaginación, podía resultar movediza, encontraron lo impensable.
Frente a sus ojos, el ave más grande antes vista. Múltiples relatos generaban réplicas en su cabeza, había quienes decían haberla visto sobrevolar de noche, otros habérsela encontrado con sorpresa en la carretera. A importante distancia, pero en toda su majestad, se presentó frente a ellos el cóndor. Solo en dos ocasiones pudieron admirarle, no sin amplio gusto, para que después se marchara imponente con sus grandes alas; le persiguieron con la vista hasta las montañas, mientras se sentaban a la sombra de un árbol de mandarina.
Así, caminando, regresaron jugando por la vía férrea utilizada en antaño por locos que buscaron cambiar el mundo. Prometieron descubrir cientos de pirámides ocultas en los cerros junto con sus tesoros, y amarse para siempre.
Dice una antigua leyenda que el día primero de enero es generoso, pues para las almas entendidas da lecciones del porvenir en sus primeras horas.
¡Feliz 2020!
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