Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga
Todos los días el ser humano cuenta con arenas que caen, círculos que se renuevan, hojas de calendario que se doblan, relojes que se adelantan o atrasan.
Quizá sea cierto “no es que la vida sea corta, sino que más bien desaprovechamos el tiempo” como expresaría Séneca.
Entre el uso y el abuso del tiempo, entre el progresar y procrastinar, al respecto de esta última palabra, por cierto, una excelente historia encontrada en el libro Mil palabras, de Gabriel Zaid, en torno a un cuervo que ante la decisión de conversión de un oficial romano impulsaba con voz latina “cras, cras” que significa “mañana, mañana”, y ante lo cual el capitán respondía “hodie, hodie”, que significa “hoy, hoy”; al final de esta romántica historia, la conversión termina ejecutándose.
Y para continuar con el comentario, recordamos que los romanos, afanosos, hacían un bullying antiguo a quienes dejaban las cosas para otro día; podemos leer en Marcial, en el siglo I, lo siguiente:
Cras te victurum, cras dicis, Postume, semper.
Dic mihi, cras istud, Postume, quando venit?
Mañana tú vivirás, mañana, dices, Póstumo, siempre.
Dime, el mañana ese, Póstumo, ¿cuándo viene?
Pero lo que parece una alineación vital generalizada, es más bien en la práctica una importante interrogante en el ser humano ¿cómo leer el tiempo? Sobre todo, el que está incrustado en el instante, en el presente; para ello hacen falta la iluminación: los especialistas en nuestros días. Uno de ellos fue el filósofo español José Ortega y Gasset.
Existen frases, conjugaciones de ideas, a las que los seres humanos no vacilamos en asentir por la contundencia de empatía que presentan para nuestro espíritu o nuestra naturaleza interna.
En “Mediataciones del Quijote”, el autor nos dejó la siguiente locución para siempre: “Yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo yo”, que se ha popularizado de una manera bella y concreta en “Es el hombre y su circunstancia”. Esto en profundidad le valió ser el padre, no solo del fundador del diario El País en España, sino también de la corriente llamada “perspectivismo” o doctrina del punto de vista.
Los espíritus como el de Ortega y Gasset son amplios, acotados a una época, pero con paciencia y profundidad, vigentes y novedosos para nuestros pensamientos. Por razones de exilio, una importante parte de su vida la vivió en Argentina, particularmente en Buenos Aires. Desde ahí, por ejemplo, invitaba a los españoles a conocer el castellano que germinaba, modificaba y daba nuevos frutos en Latinoamérica, so pena de quedarse, en caso de no abrirse en la península, como “aldeanos en el idioma”.
Esta forma de llamar a otros demostraba las pasiones del filósofo. Es posible retomar que una frase similar, en este caso “gestecillos aldeanos”, le llevó a una polémica con Alfonso Reyes, quien terminó siendo más comprensivo, educado y pacifista que el propio genetista del perspectivismo. Sirva lo anterior, para recordar que, afortunadamente, nos encontramos ante seres humanos, hombres de carne y hueso que con el avance del tiempo cambian, se modifican y en el mejor de los casos evolucionan; se mantienen pues en constante movimiento, como aquel río del que nos hablaba Heráclito.
Separar la vida de la “experiencia poética” es posible en los autores, aunque también puede hacernos comprenderlos, sentirlos más. Estará haciendo fabuloso al tratar de seguir la biografía de los autores, pues sin saberlo, estará descubriendo parte de la propia. Así se cumplirá la frase de José Emilio Pacheco “no leemos a otros, nos leemos en ellos”.
Hoy recordaremos a Ortega y Gasset en uno de los ensayos del libro “Estudios sobre el Amor”, denominada “De Francesca a Beatriz”, donde nos narra de forma inicial, con polen de racionalidad, la viveza del amor reflejada por Dante en su opera prima “Vita Nuova”, su amor desvivido por la mujer amada le lleva a estar poseído solo <<per la speranza dell’admirable salute>>, describe como en el caso de los enamorados cada parte de la musa inspiradora en las debidas proporciones, así con los ojos <<che sono principio di amore>> va más allá <<ché dentro agli ochi suoi ardeva un riso>> y la boca <<ch’é fine d’Amore>>.
Así con un manto de amor, comienza su obra, que permite el suspiro de todos aquellos que hayan tenido o tengan el corazón henchido, con profundos suspiros nos traslada a lo sublime a pensar en torno a los ideales, en sincronía con la obra de José Ingenieros en El hombre mediocre, nos hace preguntarnos: ¿La vida solo vale puesta al servicio de los ideales? Y nos explica que el ideal es una función vital, un instrumento de la vida. Para el ser humano, para el ser vivo es, pues, la excitación o estímulo primordial.
La elegancia de las palabras sencillas se muestra en el desarrollo “cada especia recibe distintas excitaciones”, “la presión atmosférica, la temperatura, la sequedad, la luz, excitan nuestro cuerpo, nuestros órganos… Los excitantes psíquicos son los ideales… atraen y excitan nuestra vitalidad espiritual, son resortes biológicos, fulminantes para la explosión de energías”. Así es: “la vida usa espuela”.
Sin lugar a dudas una frase detiene el tiempo y el espacio, llena de positivismo y nos involucra con el futuro “Un individuo, como un pueblo queda más exactamente definido por sus ideales que por sus realidades” y convoca “el lograr nuestros propósitos depende de la buena fortuna; pero el aspirar es obra exclusiva de nuestros corazones”. Finalmente tenía razón Shakespeare: ¡Nuestra vida está hecha de la trama de nuestros sueños!
Y lanza una contundente afirmación “la biología de cada ser debe analizar y describir el inventario de sus ideales”. Por ello presenta el siguiente diagnóstico: “Padecemos de una vital decadencia que no procede de enfermedad de nuestro cuerpo ni de nuestra alma, sino de una mala higiene de ideales”. Y aterriza: “la mujer es el concreto ideal”.
Sobre todo, en tiempos de universal crepúsculo, el Maestro Ortega y Gasset nos invita a “fundir el alma con la carne como la misión de nuestro tiempo”.
En una suerte de equilibrio en las impresiones, pero basado en la heterogeneidad, en la complementariedad, afirma “el hombre debe ser <<prou e courtois>> ¡Proeza y cortesía!” En la atracción encantadora que ejerce la mujer, se encuentra el nivel moral del tipo de hombre. Ahonda en un claro aforismo del fino escritor español del siglo XVIII, José Campos “Sólo una cosa puede llenar el corazón del hombre, y es el corazón de la mujer”. Y a continuación nos explica el cómo la mujer modela a los hombres de las siguientes generaciones “de lo que hoy tejen en su secreta fantasía, ensimismadas adolescentes depende en buena medida el sesgo que tomará la historia dentro de un siglo”.
Este uno de los mensajes contundentes compartidos, en uno de los ensayos dedicados a la fuerza que mantiene a la civilización, el amor. Practicar sus consejos, incendiar en nosotros la llama del ideal puede parecer sencillo: “Es muy fácil pensar las cosas, pero muy difícil serlas diría Nietzsche”, pero la intensidad de la vida permite elevar la mirada y prepararse siempre para altos vuelos.
Finalmente, “la corporeidad tiene una misión trascendente: simbolizar el espíritu”.
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