Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga
“Tiempos difíciles” es una excelente novela inglesa que nos recuerda la grandeza de Charles Dickens, uno de sus autores clásicos e insignia.
No es solo la historia moralista que combate al positivismo, la “hechología”, sino ante todo un llamado a la conciencia, la reflexión y la esperanza.
Transcurre en un pueblo donde la educación y la industria, la formación y el trabajo, la cultura y el sustento, se alían para dar a conocer a un pueblo que no hay nada más allá de lo que se puede contar, de lo que se puede comprobar, de lo que es un hecho.
De esta manera, parecen homogeneizarse los colores de la imaginación y los cielos en aquel lugar, para ser ambos grises. El tono policromático en un inicio lo traerá una joven fuera del molde, Cecilia, que al ser hija de “un cirquero”, oficio visto por demás inútil en la sociedad del relato, viene a insertarse, que no a formar parte, de este paradigma, no sin antes ser ofrendada a este modelo mediante sacrificio de amor paternal al “abandonarla”.
Los estrictamente educados en el positivismo, redundan en el futuro en: jóvenes hermosas excesivamente abnegadas, con matrimonios arreglados por la razón de la conveniencia, frustradas y tentadas a pecar cuando la oportunidad es insoportable; jóvenes sin utilidad, cuya refugio ante el despilfarro es, tras la hipocresía, el robo y el consumo de vicios; industriales exitosos pero arrogantes, pedantes y con relatos de falsa humildad en todo momento, con crímenes de personalidad inconfesables.
Así Dickens hace, como otros autores, una crítica a la sociedad de su tiempo, característica ésta, de iluminación de los grandes.
Pero siempre como en cualquier sociedad piramidal como la presentada en la positivista, donde muchos son obreros, y pocos son políticos, grandes industriales o figuras prominentes de la academia, hay esas personas que permiten en sí, en mayor o menor manera una vida con valores, algunos como continuidad de una forma de vida, otros tras etapas de arrepentimiento, algunos más presentando a escondidas sus estrategias para no quedar mal con “algún bando”.
Ya sea que usted vea el gladiador, una buena película de policías que combaten a Alcapone (como hay varias), al Maestro del niño que domó al viento impulsándolo o a la fiscal Maggie Gyllenhaal enfrentando el crimen en ciudad gótica, encontrará usted una forma de vivir que nos causa completa empatía, que es motivante y que incita a seguir el ejemplo: la integridad.
En la novela, es representada por un obrero de nombre Esteban Blackpool, que sabe llevar a cuestas un matrimonio atroz con una adicta al alcohol, de la misma manera que busca soluciones, acepta tranquilamente su destino cuando nadie le ofrece respuestas; está enamorado a su vez de un amor comprensivo, Raquel, otra de las almas piadosas de la historia que “hace el bien sin mirar a quién”.
Al final, las acusaciones injustas de los malvados, las encrucijadas del patrón que busca soplones y del sindicato que corrupto busca mantener sus privilegios a partir de las personas, le dejan solo y desterrado más adelante. Tras un intento fallido de volver al pueblo para limpiar su honor, cae en un foso maldito que será la antesala de su muerte. Blackpool termina insatisfecho por la realidad, redimido, enamorado de Raquel y mirando al cielo.
La escena y diversos sucesos colaboran para que, el hijo malcriado sea visto como lo que es y reciba una pena de destierro autoinflingido en América; la joven positivista deja su matrimonio involuntario, Cecilia comparte cada vez más formas distintas de ver el mundo, el empresario se aleja de algunos símbolos que le hacen creer que viniendo de la pobreza es lo que le rodea lo que le puede hacer parte de una vida aristocrática, y el maestro positivista entiende que en los cirqueros también hay amigos, que la compasión es virtud humana, que en la vida no solo se estudia o trabaja y que un modelo basado en los hechos no arroja los mejores principios para la humanidad.
Ante un final donde algunas libertades se consiguen Charles Dickens deja un deleite de invitación:
“¡Querido lector! ¿Depende de ti o de mí que estas cosas sucedan o no sucedan en el respectivo límite de nuestra acción? Pues bien; entonces, que sucedan. Tendremos el corazón más tranquilo, cuando, pensativos al amor de la lumbre, veamos un día las cenizas de nuestro hogar palidecer y extinguirse.”
Las conclusiones de esta obra se encuentran en cada uno de nosotros, en nuestro reflejo con las situaciones y los personajes, ¿Qué tan lejanos estamos de la integridad? ¿Cuándo nuestras pasiones se llenan de hechos? ¿Superar el positivismo, complementarlo o reinterpretarlo en nuestros días? Son estas y muchas más, preguntas para el lector.
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