Sin lugar a dudas no puede amarse lo que no se conoce. En el primer centenario de la Escuela Nacional Preparatoria, su entonces Director auguraba la tendencia al utilitarismo que reemplazaba poco a poco el amor verdadero por el conocimiento y la educación.
Nuestros actuales modelos educativos y la calidad misma con la que contamos es la suma de los aportes de cada uno de los sistemas, las características propias de cada uno, el compromiso ético-profesional con el que se cuenta y, muy importante, el dinamismo y realidades que las ideas van creando.
El enfoque, las prioridades y la visión de cada momento histórico abren el camino para la fisonomía de la educación. Alguna vez mencionó Goethe que el ser humano era un ser oscuro en su mayoría, poco se conocía, poco hacía para profundizar en sus creencias y pensamientos. Múltiples tramas en el séptimo arte nos muestran la gloria de los hombres que van más allá del determinismo, que buscan alcanzar sus valores, a quienes les impulsa también el civismo, la religión y la poesía.
Los educadores deberíamos ser altamente conscientes de cuáles son aquellos grandes capítulos que han permitido las garantías con las que ahora cuenta el proceso educativo, aquilatarlas en su propia dimensión, no como un argumento político, laboral o personal, sino como ese patrimonio comunitario y cultural que posee la comunidad educativa.
Se use o no, se aprecie o no, se tenga conciencia o no, cada estrategia pedagógica, cada corriente didáctica, cada derecho educativo tuvo importantes precedentes, abigarrados debates, exacerbadas creencias, pasión e inteligencia humanas como respaldo de cada una de ellas.
En algún momento, en los años 30, en nuestro país no se discutía el que la educación estuviera vigilante de los destinos de los más necesitados, sino cuál sería el medio para lograrlo; existían izquierdas que impulsaban que la economía debería convertirse en el foco de atención de los programas de estudios; el “conservadurismo” defendía que había que dejar libertad para lograrlo por cualquier medio racional.
Quizá no existió una polémica tan memorable como cuando el gran maestro Antonio Caso defendió la libertad de cátedra, enfrentando con la dialéctica a las llamadas izquierdas intelectuales que pretendían que la UNAM −y el resto de las universidades del país− adoptaran la filosofía marxista como orientación de cátedra e investigaciones científicas y culturales.
En aquel momento, que quedó profusamente impregnado en la vida del maestro Caso, le tocó pelear desde la trinchera de las minorías; aun así, despertando la conciencia, acudió a la redada establecida por los delegados del primer congreso universitario.
Como en toda contienda épica, al final se encontraron en el centro los abanderados ideológicos. Por parte del materialismo histórico, dignamente representado por don Vicente Lombardo Toledano, entonces director de la Escuela Nacional Preparatoria; y por otra, el maestro Antonio Caso, el primer universitario mexicano por antonomasia, defendiendo a plenitud el aire fresco de la conciencia: la libertad de cátedra.
Al final, aunque no nos privaremos de algunos notables y elegantes momentos de la controversia, dos intervenciones le bastaron al Maestro Caso para fijar su postura, varias más a don Vicente; como primer punto Caso tuvo que recordarle a improvisados y diletantes que hace falta trayectoria: la voz sonora del Maestro ya resonaba en los muros de San Ildefonso antes de que varios de los intempestivos opositores nacieran, no sólo eso, la cera de las velas y la tinta de los libros era parte de las madrugadas de Antonio Caso desde hace 20 años.
Sí, en la academia también hacen falta trayectorias.
En aquel momento Caso citó a Platón, Aristóteles, Pascal, Bergson, José Ortega y Gasset; Lombardo Toledano se basó en la historia de México.
Las coincidencias las encontraron en reconocer que la esencia de toda comunidad es la subordinación de los intereses individuales a los intereses del grupo, en que la cultura es creación de valores y en que se debe tener una orientación general en las instituciones educativas. Finalmente, lo diría de forma clara Jesús Reyes Heroles años después: “La educación es el desarrollo formativo que nos permite asumir como propios los valores que la nación ha escogido para sí” (Reyes, 1999).
Las desavenencias de forma lógica las encontramos en el fondo y en particular en que Antonio Caso creía que en las aulas no debía impulsarse determinada doctrina filosófica, económica o social. Por su parte, Lombardo Toledano defendía que debía imponerse a profesores y alumnos una corriente definida, basada en el interés de los que más necesitados, la evaluación de las instituciones y la economía.
Al final de la argumentación, una mayoría que estaba previamente constituida, aprobó el proyecto del materialismo; Caso se retiró y amagó con dejar su cátedra, pues para él “se debe defender el derecho a explicar todas las doctrinas y no aceptar que se le fije la orientación marxista o cualquier otra que sea sectaria”.
Por aquellos días, los defensores de la libertad de cátedra fueron llamados “conservadores”; demos ahora paso a algunos de los más acendrados comentarios de aquel primer capítulo histórico. La opinión de Antonio Caso al postulado inicial del materialismo se acrisola en las siguientes vertientes:
Primero. En educación jamás se debe preconizar oficialmente algún credo filosófico, social, artístico o científico; de la misma manera, cada catedrático puede exponer libre o inviolablemente sin más limitaciones que las de la ley, su opinión personal filosófica, científica, artística, social y religiosa siempre que cuente con la competencia e idoneidad necesarias. Éste último punto revisado por un riguroso comité universitario que evaluaba la trayectoria, formación y capacidades de los docentes.
En otro aspecto, afirmaba que la educación debe realizar su obra humana ayudando a la clase proletaria del país, en su obra de exaltación dentro de los postulados de la justicia, pero sin preconizar una teoría económica circunscrita, porque las teorías son transitorias por su esencia y el bien de los hombres es un valor eterno.
Así impulsaba la libertad para que los alumnos se inscribieron a las cátedras bajo la dirección del profesor que prefirieran.
El razonamiento se basaba en que, si nuestra labor en las aulas es crear y compartir conocimientos, habilidades y actitudes, cómo podríamos casarnos con una teoría que después pudiera ser desmentida, sería el estar declarando a priori un credo; eso puede llamarse lealtad, filiación política, dogma, credo, fe, creencia, todos ellos muy válidos en sus campos, pero no en una educación que busca la libertad.
Dejó en claro también la conformidad con que la educación se debe enfocar a las personas, en alguna ocasión al respecto hemos expresado: “Hombres de educación en el corazón de su comunidad educativa, y hombres de la comunidad educativa en el corazón de la educación”. Pero la oposición se presentaba frente a la consagración de lo educativo a un sistema social definido; lo asentaba muy a su estilo de la siguiente manera: “La educación nunca debe cerrar sus oídos, corazón e inteligencia al bien de todos porque de lo contrario se vuelve una momia”. Así, sus aportes que él mencionaba como “una pequeña luz, la de su pobre mente”.
En aquella ocasión, Caso veía cómo un hartazgo mal enfocado se puede convertir en un retroceso, ese mismo camino equivocado que José Vasconcelos observaba desde Piedras Negras, testificando cómo la Unión Americana crecía en edificios, mientras en México continuábamos peleándonos internamente. Pero los argumentos no valen cuando no hay convencimiento o no se cuenta con los medios para lograrlo. Decía Spinoza: “El límite de la fuerza de cada uno alcanza hasta dónde llega el poder”.
En aquel momento, Caso observó hacia el Primer Mundo y ejemplificó los espacios educativos alemanes, donde en una misma institución podías escuchar argumentos incluso encontrados entre los profesores, a los que tenía acceso toda la comunidad educativa; sin lugar a dudas, en tales instituciones lo que salía ganando era el espíritu crítico y reflexivo de los estudiantes.
Eran pues, contiendas aquellas, de caballeros, de catedráticos, quienes con estas elegantes palabras se referían al público que les escuchaba: “Repito mi agradecimiento profundo, pero a la vez que agradecimiento sostengo mis ideas, porque una manera de agradecer está en sostener lo que pienso frente a los que vosotros pensáis, una manera de pensar frente a otra manera de pensar” y en aquel momento Antonio Caso cerró con el clásico ¡He dicho!
Dentro de la controversia, el punto más interesante de Lombardo Toledano fue la crítica que hizo a la educación comenzada por Gabino Barreda, que para entonces mostraba ya algunas insuficiencias, sobre todo en la mirada de la comunidad educativa hacia la sociedad, pues desde su punto de vista, aquel modelo educativo veladamente hablaba de la posibilidad del triunfo del fuerte, pues aunque reconocía el altruismo y ego-altruismo, sólo impulsaba medios débiles frente a la supervivencia del apto como actitud moral oficialmente preconizada. Otro punto brillante fue el que sostenía que toda etapa educativa había tenido detrás una ideología para el pensamiento.
Hasta aquí dejaremos este primer capítulo de aquellos tiempos en que, con inteligencia y vastos argumentos, la comunidad educativa mexicana labraba con energía la libertad de los espíritus venideros.